13 de mayo 2020
Al releer mis notas de los últimos días, colgadas arriba, se me hace obvio que yo también busco repetición, en primer lugar repetición de cosas que llevo pensando algún tiempo, y que esa repetición tiende igualmente a constituirse en obra, por más que esté cruzada de agujeros. Y que también eso es decisión de existencia, vinculada a la producción de escritura en mi caso, facilitada por el confinamiento, por lo que el confinamiento tiene de llamada al recogimiento, potencial ausencia de distracción. Lo inevitable es entonces tender a la forma libro, convertir estas notas en un libro lo suficientemente desobrado y abierto como para no ser inconsistente con lo que el mismo libro dirá. Esto lo pensé ayer por la noche. He estado leyendo algo de bibliografía secundaria sobre Aristóteles, Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche, y se me ocurre ahora releer el viejo artículo de Thomas Sheehan “Heidegger’s Interpretation of Aristotle: Dynamis and Ereignis,” que encuentro en mi ordenador en forma mecanografiada, copia escaneada de un manuscrito hecho en máquina de escribir, no sé por qué—no recuerdo ya cómo lo obtuve. Y debo comentar también alguno de los capítulos del libro de Agamben que leí hace unos días en traducción inglesa, Creation and Anarchy, por las resonancias que tiene con todo esto. Repetir, entonces, pues las temáticas serán ecos ampliados de lo ya dicho, y la escritura irá trazando círculos, no sé si centrípetas o centrífugos. Y la idea general es llevar todo ello a una revisión personal de Nietzsche y su antifilosofía, que ya no puedo posponer—que llevo posponiendo desde mis veinte años más o menos: es solo por lo tanto otra repetición, y no puedo evitar pensar que esa repetición está en relación con su “eterno retorno,” circulus vitiosus deus. Pero debo prepararla.
Esta sería, viene siendo, una escritura desenganchada de convenciones académicas y no volcada hacia el supuesto impacto que debe buscarse, en términos administrativos, de la escritura en la comunidad—lo cual condena a toda escritura académica a ejercitarse vaciadamente en la disyunción de los otros. Debemos, se nos dice, escribir para el Otro, y eso significa, en la forma doblemente caída de la escritura en humanidades, dado su impacto siempre limitado, su improductividad real, que se escribe para una máquina o maquinita anónima, para un cuerpo espectral y espectralmente hostil, para el que importa sobre todo el principio de equivalencia que la escritura despliegue. ¿Es este tipo un feminista como yo? ¿Es este tipo un izquierdista como yo? ¿Es este tipo un latinoamericanista como yo? Si no lo es, y soy yo, sobre la base de lo que hay en mí de cerebro anónimo, de precipitado ideológico, quien decide, o bien que vaya a paseo, lo ninguneamos y destinamos al limbo, o bien afilaré mis cuchillos para lidiar con él cuando sea oportuno. Pero yo hace tiempo que encuentro insoportable la noción de escribir para esa gente, para sus filtros, para su violencia bien-pensante. Me dan igual, o si no me dan igual tendré que asumir el riesgo del silencio, del silenciamiento, o del conflicto. Nunca he hecho otra cosa, la verdad. No tengo interés en probarme más o menos derrideano, más o menos marxista, más o menos simpático en términos que no son los míos y que en el mejor de los casos me resultan indiferentes. Por cobardía no reflexionamos lo suficiente en hasta qué punto escribir para el Otro, esto es, para el Público, para la comunidad académica, no deja de ser escribir para traidores, estructuralmente. No sé si tendré en mí la capacidad de escribir singularmente, y por lo tanto solo para una recepción singular, pero eso es lo único que me interesa. Y sin embargo voy a insistir en ir poniendo todo esto en el blog, y secundariamente en Facebook. Es un gesto pobre y desde luego no tiene nada de heroico. Reconoce, sencillamente, que solo en la interlocución puede haber compensación de escritura, reconoce que la escritura singular busca siempre recepción, y no quiero hurtarme a eso, porque sería una falsedad hacerlo. Por otra parte sé que el gesto será interpretado con rencor y hostilidad. Es verdad que, a estas alturas, puedo permitírmelo, porque no tengo mucho que perder.
Energeia ateles, obra sin fin, sin determinación final, sin fijeza en obra, así anuncia Sheehan su interpretación de la interpretación heideggeriana de Aristóteles sobre la cuestión del ser. Parece ser que Heidegger desarrolló su interpretación “fenomenológica” de Aristóteles primariamente entre 1919 y 1931. Hace poco que empezamos entre nosotros un grupo de lectura de la obra de Antonio Gramsci, cuyos primeros escritos son cercanos en el tiempo a los primeros seminarios de Heidegger sobre Aristóteles. La energeia ateles le da en los dientes al hegelianismo idealista de Gramsci, para quien hay claramente una teleología de la historia. En mis notas (Notes for Gramsci Reading Group Discussion (first 100 pages in Antonio Gramsci’s Pre-Prison Writings [Cambridge UP, 1994]): The Hegelian ethical state, accomplished through the bourgeois revolution, is not enough, we must move towards the construction of an organic state, which only the Party, as the shadow government of the proletariat, can prepare. It is just a matter of culture over economics: culture enables the proletariat to know itself, that is, to accomplish self-consciousness through the “disciplining of one’s inner self,” through the “mastery of one’s own personality,” through the “attainment of higher awareness” that will lead to understanding the place of the proletariat as universal class in history. That will naturally determine “our function, rights and duties” (9-10). History is therefore “the supreme reason” (13). And history teaches us that the unleashing of productive forces, a “greater productive efficiency” that will eliminate all the “artificial factors that limit productivity” (15), will bring about communism. It is therefore a matter of “exploiting capital more profitably and using it more effectively” (16). Yes, towards equality and solidarity, love and compassion (90). This is the truth of history, and “to tell the truth, to reach the truth together is a revolutionary, communist act” (99). This will be “the final act, the final event, which subsumes them all, with no trace of privilege and exploitation remaining” (48). Thinking is being, and being is history. There is an “identification of philosophy with history” (50). This is why Marxism is “the advent of intelligence into human history” (56), which is equal to “identifying [historical] necessity with [man’s] own ends” (56). This is the task of the Party. “Voluntarism” is the task of the Party, and it is “about the class becoming distinct and individuated, with a political life independent, disciplined, without deviations or hesitations” (57). Until it can, not conquer the State, but “replace it” (62). The Party is all, but it is only the vanguard of the all. “Most people do not exist outside some organization, whether it calls itself the Church or the Party, and morality does not exist without some specific, spontaneous organ within which it is realized. The bourgeoisie is a moment of chaos not simply where production is concerned, but where the spirit is concerned” (72). When Gramsci discusses the Italian liberal Constitution existing in 1919 he notes that Italians have been living under a state of exception for several years. The exception reveals the rule, he says, and the rule is the rule of domination by bourgeois interests as expressed by liberalism. The situation post-state of exception, in the wake of the Russian Revolution, might enable the unleashing of true history. “The proletariat is born out of a protest on the part of the historical process against anything which attempts to bog down or to strait-jacket the dynamism of social development” (88-89). The Party will lead, by submitting to history and its unleashing, the people in order to create, through “ceaseless work of propaganda and persuasion,” an “all-encompassing and highly organized system” (99). Freedom is party discipline (26). Pero energeia ateles lleva a otro lugar, y a otro entendimiento de la libertad. La incompatibilidad es notable. Surgen en ese momento, hace cien años, dos posibles modos de pensamiento, dos estructuraciones del pensar, y mi opción a favor de la primera es a estas alturas incondicional. Mi tarea es explicitarla, sin más, no buscar otra cosa que hacerla explícita. Lleve a donde lleve, o hasta donde yo pueda llevarla.
Telos no significa sobre todo meta o propósito, sino logro, acabamiento, final en el sentido de terminación. Igual que peras, traducido como “límite” o “frontera,” no señala primariamente una restricción espacial, sino el espacio que permite un atenerse-a-sí, una constancia o estabilidad en el estar. Ambas palabras, en su sentido griego, remiten al confinamiento entendido como lugar de una contención. Si el confinamiento es contención télica lo que podría resultar de él es la producción de una sustancia, sub-stantia, una “obra” como persistencia dentro del límite. Suponiendo que el mundo en sí fuera lugar de confinamiento, entonces Gramsci lo dice claramente: el fin de la historia es “el acto final, el acontecimiento final,” sin residuo, entelequia histórica, ergon, obra culminada. Esto sería consistente con la largamente mantenida interpretación de la ontología aristotélica como centrada en la ousía en cuanto nombre unificado del ser de los entes. La ontoteología occidental, es decir, la metafísica, encuentra su manifestación principal, y principial, a partir de esa estructuración del ser como unificación en la ousía télica, que lleva directamente a Hegel, y a Marx, y por lo tanto a Gramsci, en donde el reemplazo de Dios como nombre de la sustancia primera a favor de la historia télica se hace explícito: la historia es “razón suprema.” Pero energeia ateles abre otra historia, no entendible como razón suprema ni primariamente vinculada a la producción de obra acabada o a la unión con la perfección máxima, llámese Dios o el Partido o cualquier otra instancia de dominación hegemónica, sino a lo que en Aristóteles quedó de alguna manera oculto o subordinado como condición del desocultamiento de la sustancia: la dynamis como tiempo y movimiento, la dynamis como nombre alternativo del ser. La energeia no encuentra perfección porque encierra y oculta lo que la sostiene, la potencia como nombre del tiempo en movimiento.
En la Física Aristóteles delimita un grupo de entes, llamados naturales, cuya particularidad es que tienen en sí el principio de su propio movimiento. Para moverse una piedra necesita que algo o alguien la empuje. No así el ratón, que se mueve por sí mismo. Moverse por sí mismo, y poder hacerlo una y otra y mil veces apelando a su propio principio de movimiento, es repetir. El movimiento, como conscripción ontológica del ser natural, esto es, el estado-de-moverse, implica y conlleva repetición como característica existencial básica. Como hace el rosal, que muere cuando su repetición cesa. Pero esto significa que los seres naturales se mueven y aparecen bajo una doble manifestación como presencia y ausencia. Se mueven, y su apariencia en cuanto movientes oculta su destino. La dynamis, la potencia, está oculta en la manifestación en cada caso. La dynamis es potencia de repetición, a partir de su secreto, de su no-manifestación, de su im-potencia fáctica, que es su energeia ateles, su falta de acabamiento, que es condición de existencia. Pero se trata de una falta de acabamiento dinámica, en el sentido preciso de que depende de su propio movimiento como movimiento de apropiación. La repetición apropia y el proceso de apropiación repite. El ratón persevera en su ser ratonil, quiere ser ratonil y busca ser ratonil hasta el final. También yo mismo, en el mejor de los casos, quiero ser, no ratonil, sino yo mismo como condición de existencia. Esto no es solipsista, sino el destino irreducible de todo ser natural en estado-de-moverse-en-el-tiempo. Heidegger le llama a esto Eignung, apropiación, que define el movimiento para todo ser natural como perseverancia en la repetición, como posibilidad abierta.
Pero esto lleva a la posición revolucionaria de Ser y tiempo: el Dasein es posibilidad apropiativa, y lo que busca apropiar es su propio principio de movimiento, su dynamis as kinesis, y su kinesis como tiempo, que es, en cada caso, mi tiempo y no el tiempo de los otros. La apropiación del tiempo propio como auto-apropiación es kairológica, no cronológica—ocurre en un instante fuera del tiempo, porque funda o abre el tiempo como repetición apropiativa. En ella nos jugamos la posibilidad—la mera posibilidad—de “llegar a ser quienes somos,” atendiendo a la vieja llamada pindárica que llevó a Nietzsche a su momento trágico. La decisión de existencia no preserva, sino que expone. Pero exponer y exponerse—¿no es esa una llamada más atractiva que la autoprotección seguritaria que el confinamiento propone? El confinamiento a la vez oculta y manifiesta su posibilidad más propia, que es su apropiación destructiva como repetición resuelta. Contra, en último término, cualquier sosiego diestro o siniestro.