En su seminario de 2010-12, Que signifie “changer le monde”? (París: Fayard, 2017), Alain Badiou da una definición de verdad política que, precisamente, prescinde de toda hegemonía y es por lo tanto posthegemónica. Así que me parece importante pensarla: “une vérité politique est le produit organisé d’un événement populaire massif où intensification, contraction et localisation substituent á un objet identitaire et aux noms séparateurs qui lui sont liés une présentation réelle de la puissance génerique du multiple” (156). Supongo que es posible entender la fidelidad acontecimental que le sigue al acontecimiento bajo el membrete de hegemonía, que sería traducción orientada de lo que Badiou llama “organización.” Pero la organización no es cabalmente hegemonía porque su razón de ser no es la construcción de mecanismos de dominación sino cabalmente la conservación de la potencia genérica de lo múltiple. Por eso, creo, los períodos interválicos de Badiou no son lo mismo que el interregnum de Antonio Gramsci: el interregnum es el tiempo de espera cruzado por la pedagogía mientras que el período interválico es la latencia de lo inexistente. Cuando la inexistencia explota en existencia–ese es el acontecimiento, a partir del cual se hace necesaria una “organización.” Badiou no duda en darle el nombre de “dictadura,” curiosamente: “On peut parler. je le crois, d’une dictature, si l’on entend par dictature le point précis d’une autorité qui ne se légitime que d’elle-même, sans aucune représentativité extérieure” (123). La dictadura entiende que la minoría que adquiere el poder tiene un destino universal. Esa pretensión es claramente posthegemónica en el sentido más literal posible. La cuestión de la “organización” es la cuestión donde “se situent les difficultés, les périls les plus dévastateurs.” Y la hegemonía es precisamente uno de esos peligros, o más bien EL peligro, puesto que la hegemonía es, al fin y al cabo, y venga de donde venga, la transformación de la irrupción de lo inexistente en existencia en una nueva creación de inexistencia, es decir, en una nueva con-formación identitaria, en general siempre a cargo de la reacción domesticante del acontecimiento.
Aquí se abren problemas que necesitan conversación, pero pensé en dejar marcada lo que me parece que es una diferencia crucial para un pensamiento político emancipador.