Querido Alberto,
¿Cómo estás? Te escribo porque vengo de leer el último texto que colgaste en el blog, sobre beligerancia antifilosófica como decisión de existencia. Para ir directo al grano: me parece tremendamente convincente el modo en que te desmarcas de las posiciones militante y vitalista. Tengo, sin menoscabo de lo anterior, tres preguntas, tocantes no tanto a la manera en que desmarcas tu posición como a la posición que se desmarca en tu texto.
1. Primeramente, me pregunto si acaso el modo en el que planteas la decisión de existencia no termina por reintroducir el esquema teleológico (a pesar de tu intento declarado por acotar tu posición en términos de energeia ateles) cuando la transición que cifra la ankhibasie es definida como tendencia asintótica. La primera tendencia de este tipo que se me ocurre es, desde luego, la consignada en el esquema de la tarea infinita. Si se me concede esta ocurrencia, cabe preguntarse por qué y cómo la decisión de existencia no se acoplaría a tal esquema; y en caso contrario, cómo podría eximirse, si ha de ser teleológica, de un finalismo del ego, de una teleo-egología. ¿Es la diferencia entre goce y felicidad que planteas en tu texto un modo de comenzar a responder esta pregunta? Para insistir en la cuestión de la tarea infinita, cuando digo felicidad no pienso tanto en Agamben como en la felicidad de la que habla Kant hacia el final de la primera crítica como aquello que puedo esperar si actúo como debo. Enfatizo esta posibilidad kantiana para traer a colación tu referencia al “moralismo salvaje”.
2. Luego, acerca de la energeia ateles, muy brevemente: entiendo que para ti se trataría, en cuanto a este “concepto,” de señalar un modo de hacersustraído tanto a la posición “militante,” a todos los moralismos (compromisos que más bien serían renuncias, subyugaciones) y clausuras histórico-políticas que ella cristaliza, como también a la captura metafísica (¿teleológica?) de la actividad, puesto que dicha captura concluiría, si sigo bien tu argumento, en la cancelación de lo que llamas libertad. Para defender tal libertad se requeriría beligerancia antifilosófica, en la que ya estaría implicada, por consiguiente, la decisión de existencia. Aquí la pregunta: ¿la definición aristotélica del motor inmóvil, principio eterno del movimiento, como pura energeia sin dynamis (definición basada en la prioridad de la energeia por sobre la dynamis con respecto a la ousia, pues “nada que sea en potencia es eterno,” siendo entonces el principio ontológico fundamental del finalismo aristotélico una energeia sin dynamis en cuanto que necesariamente incorruptible y, en este sentido, atélica porque ya completamente coincidente consigo, sustraída al telos porque expresión de su cumplimiento como vida en la que coincide el ser y el Bien), esta definición del motor inmóvil, ousia energeia (¿ateles?), no amenaza con rehabilitar el vitalismo que la decisión de existencia debía transgredir hacia la libertad? Desde una perspectiva, digamos, plotiniana (pienso, como quizá se habrá adivinado, en el trabajo de Gwenaëlle Aubry, aunque absteniéndome de seguirla en todas sus conclusiones), ¿no podría decirse que Aristóteles neutraliza la chance de transgredir el vitalismo al pensar el Bien (agatón) como ousia energeia eximida da una dynamis que, en Platón, sobrepuja el Bien allende el eidos y la ousia, abriendo un afuera de la metafísica en su origen, y por ello mismo, como lo demuestra Derrida en “La farmacia de Platón”, la figura sin figura de la muerte? ¿No cancela la ousia energeia aristotélica la transgresión platónica de la ousia hacia una indeterminación que, Heidegger sostiene, determinaríamos demasiado a prisa? ¿Cómo se sustrae la energeia ateles a la estructura de la ousia energeia, esa vida sin muertede Aristóteles?
3. Me sirvo de la palabra transgresión estratégicamente, para retomar la diferencia entre goce y felicidad que señalaba más arriba en referencia a tu entrada en el blog. Dicho muy rápidamente, porque la oposición que voy a plantear puede (y debe) ser complicada: la trascendencia platónica del bien sería, me parece, una imagen del goce; la ousia energeia aristotélica, de la felicidad (no obstante en Voyous Derrida traduzca por jouissance, goce, de un modo quizá un poco idiosincrático, la edoné que caracteriza la energeia del motor inmóvil). Pero el goce desmedido es, como se sabe de sobra, peligroso. Me parece acertada, por tanto, tu opción por llamarlo “pulsión de muerte”. Dicho esto, me pregunto si acaso hay alguna existencia que pueda descansar completamente en esa pulsión, pues ¿qué existencia (no quiero decir vida, para ceñirme a tu registro) podría abrirse en la jouissance desmedida sin desaparecer de inmediato (al Ello le importa un bledo el Yo; el instante batailleano de gasto sin cálculo fulmina cualquier vida, por contaminada que se encuentre, y así)? En otras palabras, ¿qué existencia hay que abrace sin resto la diferencia infinita? ¿No sería en cambio la existencia, asumiendo que podemos hablar así, la economía diferencial entre lo mismo y lo otro, es decir, ni lo uno ni lo otro? En este sentido, ¿no estaríamos hablando, si la beligerancia antifilosófica es la pulsión de muerte del Dasein, de una decisión de inexistencia? Y si esto así –me muevo rápido– ¿no podría reaparecer allí, en el encomio de la pulsión de muerte, el fantasma de la peor política, tal y como cuando se glorifica la pulsión de vida? Hasta aquí este exabrupto en tres preguntas.
Fuerte abrazo,
matías.-
Mismo día.
Querido Matías, fue un día largo hoy, pero ya ves que cumplo mi promesa. Te contesto con cierta brevedad y con toda la sencillez posible pero te animo también a seguir la conversación si lo deseas.
- Mi interés no es decir que no hay teleología, esto es, orientación a fines en la existencia humana, sino más bien que esos fines, en lo que más importa, nunca se dan, no se consiguen. Sin duda también se dan a la vez y en todo momento, pero en un sentido derivado: si el fin de tu existencia es hacerte famoso y te haces famoso, pues habrás conseguido tu fin. Pero si tu fin es seguir el imperativo pindárico o eckhartiano o nietzscheano, entonces no—debes empezar por entender que tu fin es atélico, no tiene fin (no hay fin en la experiencia del eterno retorno, por ejemplo, que es una experiencia de radical desencaje, de radical desplazamiento, y en la que lo que se apropia es ese desencaje, ese desplazamiento.) El significado primario de telos en Aristóteles es que telos refiere a una perfección o estado de plenitud, completeness—la energeia ateles remite a la imposibilidad de encontrarle término a la decisión de existencia, que se ejercita solo en una operación asintótica interminable. Fíjate que mi interés está en seguir la temática de la apropiación kinética de la Física, mediante la cual todo ser natural busca ser el que es, y a eso se le llama apropiación, que Heidegger traduce como Eignung. De ahí la demistificación de Ereignis como tendencia a la apropiación de la existencia que es en cada caso la mía, porque es lo que tiene en mí la deriva de su movimiento. Podríamos incluso decir, si quieres, aunque no me interesa demasiado meterme por esos caminos, porque justamente mi interés es el opuesto, que podría aceptarse que hay una subjetividad egológica que es télica, y que se ejercita cotidianamente. El ego quiere descansar por la noche, quiere tener vida sexual activa, quiere vestirse con elegancia, quiere recibir sonrisas, y busca compensación en lo público en general. Kant está sin duda ahí con su noción de felicidad, como lo está también el ciudadano medio, etc. El moralista salvaje—digamos Pascal o Kierkegaard o el detective Philip Marlowe—no está en esas. Y también lo está, por cierto, el militante que encuentra en su doctrina—feminismo, socialismo, ecologismo, vegetarianismo—promesse de bonheur. Que, lamentablemente, casi siempre se queda en promesa de todas maneras. Pero en ellos hay un fin frustrado, por lo tanto, lo cual no es el caso en el despliegue de la energeia ateles, donde el camino lo es todo, incluyendo la errancia siempre que sea una errancia equivocada, es decir, siempre que la errancia sea un error. (La errancia del que quiere errar, perderse en el mundo, no es atélica.)
- Claro, en ruptura con Spinoza y después de él con el idealismo alemán que acepta la noción, incluyendo en esto último a Marx y a Gramsci, la libertad no es por lo tanto acomodo a la necesidad de las cosas. Tampoco es sometimiento a la ley moral como en Kant. Ni siquiera es aceptación de las condiciones materiales de existencia. Quiero pensarla del lado de la decisión de existencia. Un ejemplo demasiado sencillo, pero que bien pensado abre puertas: si mi institución me dice que es necesario que yo, colega de humanidades, haga lo posible por encontrar dinero de fuera, aunque para eso tenga que sacrificar ciertas ideas de trabajo y cambiarlas por otras que sean más socialmente útiles, más prometedoras, más conformes a la ideología dominante, decir que sí es todo menos libertad, aunque decir que sí pueda justificarse mediante la trampa de pensar que esa es la lógica institucional real, que esa es la necesidad de la vida académica del presente, que eso a la larga me traerá más compensaciones que seguir tercamente escribiendo tonterías caprichosas que nadie entiende. Y que, por fin, eso es lo que me pide la autoridad legítimamente constituida. Pero la libertad, quizá cruzada por la pulsión de muerte, está en otro lugar.
- Y, por último, no es que la existencia descanse en la pulsión de muerte, sino que la pulsión de muerte es un aspecto irrenunciable de la voluntad de ser uno quien es y yo diría que condición de posibilidad de la decisión de existencia. Pero esa pulsión de muerte está pensada en mi texto como resistencia—resistencia a la negación o ninguneo de la muerte, por lo tanto también resistencia a la negación de inexistencia. Esto es complejo porque esa resistencia a la negación de inexistencia es también desde otro lado que se da simultáneamente, en el mismo instante, resistencia a la inexistencia. El que existe no deja de inexistir. Es como aquello de Lewis Carroll que le gustaba a Deleuze: en el mismo momento en que Alicia se hace más y más grande, en ese mismo momento se hace más y más pequeña. A eso me refiero. A esa inversión-reversión de la temporalidad en la decisión de existencia. Que no es una decisión única sino que se da todos los días, que también nace en toda cotidianidad, y que se repite inacabablemente, y esa es la vida, que puede ser feliz o no, yo no me opongo a la felicidad, pero que no busca felicidad sino goce. Trágicamente o no, eso es, a mi juicio, contingente.
Creo que esas son mis tres respuestas. Hay otras cosas en tus preguntas que quizá no alcanzo a entender, como la temática de la transgresión o el asunto plotiniano, y por lo tanto prefiero dejarlas estar en tu texto, sin tratar de responder a ellas.
Muchas gracias de nuevo, Matías. Como te decía, esta es escritura al vuelo, sin ánimo de hacer otra cosa que seguir mi propia pulsión, no buscando justificaciones ni arreglos ni sostenes—solo uso los que ya tengo, los que ya llevo conmigo. Pero esas páginas que leíste están justificadas, o eso espero, en las sesenta anteriores, casi todas en el blog.
Fuerte abrazo, y espero que te vaya muy bien,
Alberto