Comentario a mesa redonda “Latinoamericanismo, Infrapolítica, Populismo y la herencia del Postestructuralismo,” Universidad Complutense de Madrid, 29 de mayo 2018. 

 

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Lo que sigue son comentarios transversales a una mesa redonda convocada por Miguel Vásquez en el contexto del taller “Latinoamérica en perspectiva: Nuevas conceptualizaciones en tiempos de cambio.”  La mesa tuvo lugar el día 29 de mayo de 2018 y planteaba una reflexión sobre infrapolítica, postestructuralismo, populismo y latinoamericanismo, con la participación de Miguel Vásquez y Marta de Lucio como moderadores, Magdalena López, Jorge Alemán, José Luis Villacañas y Alberto Moreiras como participantes, y Jacques Lezra como “discussant” en inglés, pero más bien espuela o banderilla en castellano, en cualquier caso como interlocutor.  No me haré cargo de todo lo que se dijo—hay grabación de sonido de la mesa—sino solo de algunas cuestiones que me interesan particularmente, y más para señalarlas que para elaborar sobre ellas.

Los comentarios de Magdalena López sobre lo que queda siempre fuera del latinoamericanismo hegemónico en cuanto discurso universitario la llevaron a proponer un tipo de reflexión alternativo que pudiera tematizar lo intratable, lo no hegemonizable, lo no capturable en cuanto potencia—fijado como ejemplo en el “ritmo” o estilo caribeño en cuanto “cierta manera” que desborda parámetros discursivos disciplinarios.  La pregunta es si tal reflexión sería ya infrapolítica, es decir, una reflexión en registro infrapolítico y posthegemónico que sin duda podría dar lugar a una manera otra de pensar la política—señaladamente, otra que la propia del cansino y agotado latinoamericanismo postcolonial hegemónico.

Mi reacción a ello fue decir que, efectivamente, hay que procurar apartarse del latinoamericanismo hegemónico, pensado para otro momento histórico (un momento en el que el “regionalismo crítico” era todavía instrumento geopolítico más o menos eficaz), pero hoy convertido en pensamiento caduco, pensamiento de fogueo, incapaz de dar cuenta del presente.  Se hizo incapaz, para cifrarlo sintomáticamente en un momento concreto, cuando la estructura dominante en estudios culturales y subalternos rechazó una noción de subalternidad entendida como afuera constitutivo de la hegemonía a favor de una noción de subalternidad como campo de revolución pasiva o como campo de persuasión hegemónica.  En ese momento y desde entonces se hizo hegemónica la hegemonía, entendida en la vertiente más vulgar del gramscianismo—el latinoamericanismo buscaría establecer retóricamente un nuevo discurso de poder, tratando de captar y capitalizar demandas equivalenciales.   Fuera quedó un entendimiento de la subalternidad como lo no subsumible en lógicas políticas convencionales.

Con ese movimiento discursivo llegó a su fin la época de la teoría, es decir, la época marcada por el auge del postestructuralismo y su recepción en el ámbito de los estudios hispánicos en general.   La teoría entró en su secreto, ya despreciada y denunciada, y se pretendió sustituirla con la llamada “política,” es decir, con la pretensión de que toda palabra, para ser útil, tenía que ser dicha como expresión de demanda política.  Excepto que tal “política,” desde siempre una formación reactiva ante el asesinato del proyecto teórico si no ya ella misma arma directa de sus asesinos, no podía ni puede entenderse como progresista.  La política, o la voluntad política, diga lo que diga en su enunciación ostensible, se hace reaccionaria cuando su condición de posibilidad es la supresión censora del proyecto teórico, como por otra parte el marxismo ha entendido desde siempre.

Los héroes intelectuales de esa época—Alain Badiou, Antonio Negri, Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Ernesto Laclau, Jacques Rancière, Judith Butler—sin duda son primariamente pensadores de la política y de lo político, pero, con alguna excepción, no son ni fueron pensadores del cierre político del mundo.  Sus secuaces y acólitos sin embargo sí lo fueron.  Y dejaron en pie solo la alternativa “o política o filología” como práctica de campo.   Es ahí que empieza lo por otra parte largamente anunciado: la necesidad de un latinoamericanismo sin latinoamericanismo, postuniversitario, cimarrón, postinstitucional y en abierta sustracción con respecto de lo que el discurso universitario al uso propone.

Tal aventura tiene vinculaciones con la temática del “otro comienzo” que plantea Jorge Alemán en sus escritos como “salida del discurso capitalista.”   Para Alemán tal salida no puede ser otra cosa que “política” y a la vez “hegemónica,” dándole un sentido a esos dos términos en su teorización que tiene poco que ver con lo que se entiende por “política” y “hegemonía”  en el discurso convencional. Mi observación es que, si Alemán busca una política que sea antes que nada desasimiento del discurso capitalista (entendido como discurso del principio general de equivalencia, discurso del sujeto moderno, discurso del consumo como apropiación técnica del mundo, etcétera), tal desasimiento es también, y debe ser explícitamente, un desasimiento con respecto de la política como cierre del mundo y sobre todo un desasimiento con respecto de cualquier hegemonía actualmente existente.  Es un desasimiento que se la juega en encontrar una posición de enunciación reacia a tolerar cualquier modalidad de servidumbre voluntaria.

Jorge Alemán responde o empieza a responder con ciertas referencias autobiográficas: la primera es que para él y su generación Jorge Luis Borges cumplió en Argentina el papel destructor de todo latinoamericanismo hegemónico o “latinoamericanismo de primer orden,” que fue revelado como trampa. A partir de ahí las salidas discursivas no fueron ya identitarias ni nacionalistas ni ocupadas en la reivindicación cultural—la más importante fue inicialmente el freudo-marxismo, buen correctivo al popular-nacionalismo de la época, en el que Marx mira a Freud, pero no al revés, que a partir de los primeros setenta se enriquece con la aparición de Jacques Lacan en castellano—el postestructuralismo, para Alemán, se cifra en la imagen de Lacan como lector de Marx.   Generacionalmente una cierta figura también argentina empezó ese proceso con cierta antelación y mayor acierto que otros: Ernesto Laclau, lacaniano y (post)marxista.

A Alemán le interesa enfrentar a Laclau con Laclau (como Lacan trató de hacer con Freud).  Quiere valerse suplementariamente de algunos segmentos de su teoría para construir problemas nuevos, es decir, no explicitados previamente.  Partiendo, por ejemplo, del uso laclauiano de un par de categorías de Edmund Husserl, el par sedimentación-reactivación.   Lo social es lo sedimentado, y lo social es el poder—el poder es siempre poder social, y suele tener largo arraigo y venir refrendado por muchas capas de sedimento.  Pero, al mismo tiempo, lo social no se cierra en sí mismo, lo que sedimenta no puede terminar su tarea infinita, y así lo social puede ser reactivado políticamente.  Tal posibilidad de reactivación hace del poder un fenómeno inestable y siempre precario y contingente en su articulación histórica concreta.   A este fenómeno Alemán le llama “dislocación.”   Nada puede simbolizar exhaustivamente lo real, lo social no cubre el territorio de lo real, y el exceso es la posibilidad incesante de la dislocación y la reactivación del sedimento.   Lo social como sedimentación en un olvido de la hegemonía, oculta su momento hegemónico, tapado por capas históricas de costumbre, de uso, de hábito.  Lo social es hegemonía olvidada.  Es aquello constituido por lo que el Heidegger de la analítica existencial llamaba Rede, habladuría.   Ahora bien, lo político puede mostrar las huellas de la sedimentación, puede renovar el espacio de lo social, si consigue resignificar la habladuría de lo social.  Pero esto significa que lo político solo irrumpe en cada caso parcialmente, como en la analítica existencial heideggeriana (en la que lo político ocuparía el lugar de lo “auténtico” contra la facticidad inauténtica de la sedimentación social, la hegemonía olvidada de los poderes fácticos).

Está claro que tal cosa, tal acción política potencial, no es todavía hegemonía, no es todavía nueva articulación hegemónica.  Es solo práctica contrahegemónica, en cierto sentido solo rehegemonización parcial de un campo de sentido.   Y aquí, dice Alemán, tendría que estar de acuerdo con algunas de las tesis que se proponen bajo el nombre de “posthegemonía.”  [la posthegemonía y la infrapolítica propondrían prácticas parciales de liberación singular dentro de la sedimentación social actualmente existente, y específicamente renunciarían a lo grandioso pero también lo iluso de la nueva reivindicación hegemónica como política liberadora, AM].

Alemán añade que también es siempre posible pensar que, en la medida en que la dislocación es siempre solo parcial, capaz solo de alterar pequeñas zonas de constitución de lo social, uno puede preferir moverse hacia otro lugar.  Pero Alemán dice: “yo opto por la dislocación.”  Y eso en la medida en que piensa que el lugar natal de lo humano no es el poder sino la lengua, y que la dislocación es la posibilidad que la lengua otorga incesantemente.  La lengua llega antes que el poder al sujeto, por eso el sujeto capitalista está siempre bajo tacha, siempre barrado por su imposibilidad terminal.   No hay “crimen perfecto” porque hay lengua, y la lengua es siempre de antemano (posibilidad de) dislocación temporal, histórica, concreta.

José Luis Villacañas piensa también, en acuerdo con Alemán, que la dislocación es la estructura profunda de la vida, lo “originario,” entendido como el abismo en el origen.  Lo humano está evolutivamente dislocado, porque no hay concordancia en ello entre lo orgánico y lo psíquico.  Pero esto significa que la práctica concreta de la vida es lo único que hay, no hay nada más allá, y por lo tanto lo esencial para el pensamiento es tematizar la forma de vida, o las varias formas de vida, que en ocasiones permanecen estables durante algún tiempo, pero que a veces han ellas mismas de dislocarse para sobrevivir, y que van dejando huellas en la sobrevida que las sucede.  Desde ahí, como ya decía Alemán, el poder no puede estabilizarse, el poder no puede ni podrá nunca controlar formas de vida que se dislocan también como forma de resistencia.  La sedimentación repetitiva de lo social, que es sedimentación repetitiva de formas de vida, dura mientras sirve, o sirve mientras dura, pero no hay afinidad electiva entre lo social y lo político, y lo político puede siempre irrumpir en lo social (igual que lo social puede “negar” lo político durante largos períodos).

Pero esto implica que, efectivamente, debemos reposicionarnos respecto de la estructura alucinatoria de la noción de hegemonía.  Ha habido hegemonías históricas, quién lo duda, ha habido hegemonía feudal, ha habido hegemonía eclesiástica, hay o ha habido hegemonía burguesa, pero quizás desde la Revolución francesa en Europa no hayamos visto ningún nuevo proceso de formación hegemónica.   Esto implica, para Villacañas, que el poder no puede ser naturalizado ya, o cada vez menos (si la hegemonía es naturalización del poder, una hegemonía tan largamente constituida es también una hegemonía débil, su fragilidad es endémica y puede ser contestada.)   El neoliberalismo no es ni puede ser hegemónico porque no es capaz de persuadir a su “otro,” al “otro de sí.”  No es susceptible de inclusión hegemónica a largo plazo, no funciona más que en la exclusión.

Esto nos acercaría, sin duda, a una posición posthegemónica.  Es decir, la hegemonía como naturalización del poder ha caducado ya, no es efectiva, las reglas del juego son otras.  Pero la reacción a tal situación solo puede ser “política.”  No puede ser “no política.”  Hay que hacer política en cada momento de dislocación.    Y eso significa para Villacañas generar formas de vida “al margen de los principios económicos neoliberales.”

Con ello Villacañas recoge la noción de la “política del comienzo otro” de Alemán—la práctica política es el abandono del discurso capitalista sintomatizado en el neoliberalismo a favor de la generación de formas de vida que pasen por economías políticas alternativas, no neoliberales.

Esa generación de formas de vida, esa práctica político-teórica, tiene que lidiar con la pulsión de muerte.  Una forma de vida deseable busca siempre el equilibrio entre el principio del placer y la pulsión de muerte.  Villacañas se refiere a lo que Magdalena López apuntaba sobre el ritmo, el estilo: son gestos que armonizan la pulsión de muerte, que es el secreto de una forma de vida deseable (la que el neoliberalismo no permite).

La pregunta de Jacques Lezra a los ponentes es la pregunta leninista, ¿qué queda por hacer?, ¿qué hay que hacer?

Las respuestas han sido ya dadas en cierta manera, pero se repiten: optar por la dislocación de lo social a favor de lo político, optar por lo político como la generación de nuevas formas de vida en las que pueda armonizarse la pulsión de muerte.  Moreiras añade que la dislocación cuenta y no es alienante solo cuando el individuo la comparte en su singularidad, aunque no habrá dislocación política sin una puesta en común de singularidades múltiples.

Si el “inconsciente es lo político,” dice Alemán, entonces hay infrapolítica.  No hay “política del inconsciente.”  Moreiras opta por pensar la generación de formas de vida, que es y debe ser singular en cada caso (nadie genera formas de vida por o para otros, aunque la biopolítica lo intente), infrapolíticamente—la práctica existencial es ejercicio generativo de forma de vida; una forma de vida singular, que es necesariamente producto del sinthome, no puede generarse políticamente, porque no hay política del sinthome.

Es posible que la posthegemonía, desde lo apuntado por Alemán y Villacañas, prepare una hegemonía futura en su posibilidad no catastrófica; es posible que la infrapolítica prepare una política hoy inimaginable. Pero la infrapolítica no se entiende a sí misma como preparación a . . . una política, sino que encuentra en sí misma su horizonte, y la posthegemonía no es tampoco la figura teleológica de un horizonte final.   Son solo formas de habitar el presente.   En desasimiento (político) con respecto de la política realmente existente.

2 thoughts on “Comentario a mesa redonda “Latinoamericanismo, Infrapolítica, Populismo y la herencia del Postestructuralismo,” Universidad Complutense de Madrid, 29 de mayo 2018. 

  1. Es cierto que lo más interesante en Laclau (ahora) es esa relación entre “sedimentación” y “reactivación.”

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