Marranismo.

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Por razones que no vienen al caso puse en Facebook una pregunta sobre el uso del término “marrano”con valencia positiva. Agradezco las respuestas que hubo, no todas públicas, algunas de las cuales me sorprendieron, así que este es un intento algo más amplio y menos volátil que el hilo de Facebook de justificar ese uso.  Parece ser que alguna gente–mucho más allá de los que respondieron públicamente en Facebook, que no deben darse por interpelados en lo que sigue–piensa que, en la medida en que “marrano”era un término despectivo usado para incriminar a un grupo de gente, no debe ser usado ya más por nadie nunca.  Y otra gente añade como suplemento que, en la medida en que ese término está vinculado a la historia del judaísmo puesto que el insulto solía aplicarse a descendientes de conversos del judaísmo al cristianismo, el uso del término es antisemita.  Debo decir de antemano, para ser claro, que rechazo absolutamente todo eso, y que me parece una tergiversación absurda de lo que realmente está en juego.  (Y cabría plantear como hipótesis, pues habrá matices y diferencias, que ambas posiciones parten de un odio inconfesado o incluso inconsciente hacia lo que se condena en lo marrano, es decir, hacia la traición o negligencia o indiferencia identitaria—la posición marranista es siempre posthegemónica, y esto sin duda indigesta.)

En primer lugar, el “marranismo,”que sería algo así como la puesta en escena afirmativa de rasgos vinculados a la situación estructural del que es llamado “marrano” (por ejemplo, si el “marrano” es acusado de deslealtad con la cultura dominante, si es acusado de ser portador de secretos contracomunitarios, si es acusado de no querer ser abierto con aquellas buenas gentes que no dudarían en destruirlo, el marranismo es entender que es necesaria una respuesta existencial personal y singular, en cada caso, a cada una de esas acusaciones), no tiene nada que ver con “lo judío” ni hablar de ello es interferir con la religión judía, dios nos libre.   El acusado históricamente de marrano hacía mucho que había perdido todo lazo real, esto es, religioso o incluso político, con el judaísmo.   Los procesos de acusación a conversos como judaizantes fueron siempre propiedad única y característica de la sociedad cristiana e inquisitorial (inquisitorial por cristiana, inquisitorial por identitaria: todo identitarismo es inquisitorial y toda inquisición es identitaria.)  En segundo lugar, el “marranismo” afirmativo está en abierta relación de solidaridad con todo individuo o grupo de individuos acusados de ser marranos—mal puede ser antisemita, por lo tanto, una posición que remite a estructuras sociales donde lo judío ha quedado atrás y que además manifiesta su simpatía solidaria con las víctimas de tal acusación, que aquí o allá pueden conservar todavía algún tipo de traza del recuerdo, como dice Nathan Wachtel, remitida al judaísmo.  En todo caso el marranismo sería anticristiano, aunque tampoco es eso.

El marranismo es una dimensión de la práctica existencial, no una identidad. Es precisamente el abandono de toda construcción identitaria. El marranismo es hoy, y solo puede ser, la metonimia de una experiencia histórica concreta, por más que difuminada durante siglos y en al menos dos continentes–la de los que fueron llamados marranos–caracterizada y determinada por la doble exclusión (ni judíos ni cristianos). Esa doble exclusión ya no se entiende religiosamente sino socialmente, es doble exclusión social, y por eso el marranismo no pertenece más que muy secundariamente a la historia religiosa. Pero esa doble exclusión determina el desarrollo de una experiencia de vida en fuga, en éxodo permanente bajo amenaza real de exterminio. Esa vida en fuga, vida secreta, consustancial al marranismo, contra toda dimensión inquisitorial, contra todo intento de fijarme (siempre a mí, siempre a la singularidad reticente) como el traidor a la comunidad, como el excluido de la articulación hegemónica, como el homo sacer que puede ser matado sin asesinato ni sacrificio, el marrano, el sucio, el que no merece aprecio de nadie porque ha sido colocado fuera de todo calor humano–esa vida en fuga es para algunos de nosotros (obviamente también sometidos a presión “inquisitorial,” como afirmaba un artículo de Erin Graff Zivin) el lugar de la teoría, es decir, el lugar desde el que queremos pensar.  Y al que no renunciaremos.  ¿Cuántas personas y grupos humanos caen hoy bajo la interpelación marrana?  ¿No es el marranismo—en última instancia, el pensamiento de los vencidos–el lugar de la libertad contra todo intento de silenciamiento y dominación hegemónica?  Su relación con lo judío es obviamente solo tropológica–hay una historia que sirve para reflexionar sobre ella siguiendo la necesidad de la imagen dialéctica de Walter Benjamin; los marranos “históricos” ya no eran judíos, sino que eran acusados de judaizantes sin que la comunidad judía tuviera nada que ver con ello–pero de ninguna manera vinculante. El marranismo no es una identidad, es solo la consecuencia de una dimensión trágica pero también irreductible de la vida social (pregúntale a cualquier niño que esté padeciendo bullying o mobbing en sus redes sociales o en el colegio). Y es, mal que pese a tantos, un lugar de reflexión, desde luego no cómodo, desde luego inclemente. ¿O es que se pretende ponerles mordaza a los que piensan, a veces porque no tienen más remedio, por fuera de grupos sociales (o profesionales, etc.) que los marginan y degradan?  Pero los dados no fueron echados solo por esa gente que quiere situarse o se ve situada ahí. El marranismo es también, y necesariamente, pues no hay otra, una “weapon of the weak,” como diría James Scott. Excepto que, en este caso, se trata de un débil que afirma su libertad contra todo intento de domesticación o esclavizamiento; un débil que no ha interiorizado la moralidad de esclavos que sin duda preferirían para él los varios y diversos representantes de la visión inquisitorial del mundo.  Muy viva todavía, no nos engañemos (por eso el marranismo no es tampoco meramente “histórico”).

 

4 thoughts on “Marranismo.

  1. Very nice. Lovely writing. But, why take pains to separate marranism from religion, or the history of Europe, or even Judaism?
    It seems true that marranism as a tool for creating intellectual-value/self-worth from without hegemonic constraints points toward transcendent truths.
    But, the contradiction of a universalized particular that yet remains unrelentingly particular should stand; it need not be explained away.
    Marranism — or whatever it is called — works as long as it remains particular to an inquisatorial universalism, or to a univeralism which is always inquisitorial.
    But if the term marranism is not meant to reference European history, then why not call it something else?
    When the cryptosofic turn is explained without a European legacy, then it is something similar to marranism, but it is not marranism.
    Marranism is only a kind; the cryptosofic ronin of the West.

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    1. Oh, but there is a European legacy, and there is even a religious legacy, and I, for better or for worse, speak as a Hispanista! It is just that those things are conditions not borders, not ends and limits of discourse. They enable a situated perspective that moves necessarily across and beyond them, without constraints.

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  2. In the comments on the Facebook thread Marco Dorfsman alluded to Jacques Derrida’s “Shibboleth–pour Paul Celan,” which in English has been published as part of a larger book that is titled “Sovereignties in Question. The Poetics of Paul Celan.” It is a very difficult text that nevertheless deploys the difference between what we could call idiomatic writing and its opposite (if there is an opposite; better to think of it as whatever exceeds the idiom in every linguistic structure: a poem is its date, it is always dated, it is profoundly dated, but it is also legible to those who know nothing of the date). Derrida explains that Celan was a writer of the idiom, which is another way of saying that he was a writer of the shibboleth in its expansive sense (but the shibboleth can also always be corrupted into a discriminatory, excluding, murderous use). I am not sure what Marco had in mind, but perhaps the following?: Marranismo is a liberation of singularities, a liberation of the idiom, and a search for the radical idiomaticity of existence. Sometimes we call that infrapolitics, which is certainly not independent of politics, and it is far from not having a political import, but at the same time it is much more than just a preparation for politics, a subaltern approach that you can dump when the hour of politics comes, or an entertainment that cannot measure up to the supposed dignity of the grown-up’s game. Of course, while doing so, it pays a radical price. Not blindly, not stupidly, and hoping to gain. Choosing to pay that price, if it is a matter of choosing, and nothing else, entitles the person to a claim of marranismo–marranismo is, hence, a practical thing, and not a very comfortable one. And yet it is a place of thought today, and for those so committed much more so than anything else we can think of. But of course there is a lot in Derrida’s text, and Marco may want to elaborate on his cryptic remark from yesterday following different lines.

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