Inigo Errejón no es un reformista contra el revolucionarismo de Pablo Iglesias–ese es uno de los malentendidos que han circulado estas semanas, impulsados por el entorno de Iglesias, aunque sin duda también por otros agentes. Errejón simplemente no acepta esa división del mundo tan querida de la vieja izquierda, y que siempre fue ramplona y excluyente, entre reformistas y revolucionarios. Eso es parte de lo que Errejón rechaza, desde un entendimiento de lo político, y desde luego también de su contextualización en Europa, que pide otras categorías de formalización. A Errejón le resulta ingenuo–por buenas razones–sostener que en este mundo traidor uno no puede fiarse más que de los camaradas, y tiene que convertir a todos los demás en enemigos, y a partir de ahí tramar una gloriosa revolución. La no-división del mundo entre amigos y enemigos, que es un rechazo del schmittianismo, está acompañada por una teoría del antagonismo que difiere considerablemente de la de Iglesias, de la de Monedero, Monereo, Anguita y toda la fila de ellos, pero que es semejante a la de Chantal Mouffe. El populismo duro de Iglesias, basado en una concepción sustancialista del enemigo, ha derrotado en Vistalegre 2 a un populismo menos verticalista, en el que no hay en primera instancia enemigos sino antagonistas con los que se puede negociar. Se trata de una concepción del espacio social muy diferente de la de Iglesias y de la vieja izquierda, pero que todavía no ha sido clarificada suficientemente, desde luego no por Errejón, todavía atrapado en esquemas que se le hacen estrechos desde el punto de vista de su propia praxis política.
Siempre ha habido incompatibilidad entre referentes teóricos supuestamente nuevos, como los negrianos, pero que no lo fueron nunca en política, y los referentes teóricos laclauianos. El error de los últimos años ha sido pensar que el denominador común estaba en Gramsci, y que se podían conciliar todos. Pero Vistalegre2 ha arrojado una llave de tuerca a la tripa de la máquina teórica convencional, y ahora hay que volver a empezar. Esto no es en el fondo malo–si sirve para reformular la teoría del populismo como una dimensión de la política que tiene que trascenderse desde dentro para encontrar funcionalidad a largo plazo. Esa es una tarea pendiente para Errejón y la gente que simpatiza con sus posiciones políticas.
En The Young Pope, de Paolo Sorrentino, que el otro día me recomendaba German Cano en el contexto de una discusión recogida más abajo en este blog, Pio XIII dice que ya está bien de tanta tontería ecuménica, de tolerancia, de evangelización suave, de amor al prójimo, y de comunicación mediática y de rostro humano, y que hay que volver a las esencias radicales de la relación siempre tortuosa, difícil, y heroica con lo divino. Contra toda “corrección política.” Uno puede pensar que Iglesias es el representante en la tierra de ese Pio XIII que en inglés sería llamado “hardass.” Lo que hay que hacer es darle la vuelta a esa metonimia, y decir que es la teoría del republicanismo la que es hardass, contra la mendacidad demagógica e improductiva, en última instancia ilusa, de los mecanismos hegemónicos de la izquierda contemporánea. O la izquierda entiende su propia obsolescencia teórica o vamos aviados. La tentación es entonces, como dice José Luis Villacañas, la regresión arcaica. Ya no Gramsci, sino Lenin. La derecha, por supuesto, no tiene ese problema.
Convirtamos el republicanismo duro en el objeto de la regresión arcaica, en lugar de seguir pasmados con la idea de que es el leninismo lo que debe recabar una nueva gloria, porque por ahí no vamos a ninguna parte a la que merezca la pena ir.
Me interesa esto de ‘republicanismo arcaico’. Quizás una pregunta que yo tendría para ti y José Luis: ¿no es el republicanismo siempre una política sin arcana? Si lo pienso desde el constitucionalismo viviente con el que estoy trabajando ahora mismo, me parece que ese sería el caso. Lo pregunto porque parecería que arcano, planteado como aparece aquí, tiende a una regresión ‘originanista’. Pero no creo que es esto lo que ustedes quieren decir con ‘arcaico’.
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Republicanismo arcaico es una broma, Gerardo: una forma de decir que si hemos de regresar a las esencias, como hace Pio XIII en la serie, más vale regresar a la idea de libertad que a filosofías de la historia y modos trasnochados de concebir la política. Todo pensamiento tiene arcanos, sin embargo. Transparencia es para los pájaros!
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Claro, pensaba que esa era la otra posibilidad. Política de cucuyos, Alberto!
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