Una pregunta sobre Vistalegre desde el republicanismo salvaje de Jacques Lezra. Por Alberto Moreiras.

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Desde la perspectiva que trato de exponer y que, si la entendí bien, es la de Jacques Lezra (pero no quiero adjudicarle a él lo que puede contener errores de interpretación míos), ¿queremos unidad o queremos, precisamente, escisión en Podemos? Es decir, ¿no es la diferencia entre Errejón e Iglesias una versión de la diferencia entre aquellos que buscan una relación traductiva con lo intratable (Errejón) y los que quieren eludirla a través de una específica demonización del enemigo (Iglesias)? ¿No son incompatibles?

Jacques, gracias por tu visita, y gracias por tu seminario sobre intraducibilidad y por tu conferencia sobre instituciones defectivas (Texas A&M, 9 y 10 de febrero, 2017).   Lo que tú planteaste, en el contexto de lo que has llamado “republicanismo salvaje,” tiene ahora que discutirse entre nosotros. Me gustaría avanzar un resumen, posiblemente inadecuado o inexacto, de lo que dijiste, así que lo planteo como resumen abierto, para que corrijas todo lo que creas necesario.

Esto es lo que yo te oí decir: La incondicionalidad debe ponerse a prueba, pues mucho de lo que es incondicional lo es desde presupuestos de soberanía que son etnocéntricos, es decir, eurocéntricos o simplemente dependientes de ideologías sociales de larga duración. Poniéndola a prueba, poniendo a prueba, por ejemplo, la incondicionalidad de la institución, amenazándola o sometiéndola a su propia facticidad, uno trasciende esa institución, digamos, la universidad, o la democracia liberal efectivamente constituida, y se encuentra en su límite, quizás no completamente extra muros, pero todavía en el lugar de la destrucción inmanente que abre el agujero en su centro, su defecto constitutivo. Tal defecto es un espacio liminal ni extra muros ni intra muros. Este limen extraordinario, una forma de otredad, una forma de relación traductiva con la otredad, es la catástrofe de lo que podríamos llamar el primer giro de la deconstrucción política, o la politicidad del primer giro de la deconstrucción. No podemos simplemente terminar en la otredad, en la experiencia de la otredad. Dices que, ante tal catástrofe, el juego no puede ser un juego de reconocimiento, sino más bien de no-reconocimiento, en su intratabilidad, en la intratabilidad de lo que aparece en el defecto de la institución. El republicanismo salvaje es una relación (in)traductiva con lo intratable. Mi pregunta, en la sesión de preguntas, fue: ¿no es ese todavía un republicanismo del despertar traumático ante el rostro de la otredad, aunque lo otro sea ahora monstruoso, ya no solo “las viudas y los huérfanos,” lo subalterno, ya no solo el vecino, el prójimo, ahora concebido como horror?

Si el republicanismo salvaje es una relación (in)traductiva con lo intratable, esto es, una relación con el monstruo (la casta, por ejemplo, el sistema, la administración, etc.), solo el monstruo puede orientar y organizar el conflicto democrático. Si la política, en su variedad republicanista-salvaje, acepta la intratabilidad como punto de partida, entonces la política es el lugar de una huida sin fin—la huida o el evitamiento serían la forma democrática del conflicto. Sí, esto complica y desfigura el entendimiento schmittiano. Ya no amigo-enemigo, ya no la relación de enemistad, sino más bien la relación entre amigo y no-amigo constituye el lugar primario de la praxis política, y los amigos son los que evitan y huyen de la no-amistad del otro. Se trata de una extraña figura de lo político, lo cual la hace por supuesto muy interesante. Espero no haberme equivocado mucho, pero en cualquier caso permite o fuerza a pensar la pregunta de arriba.

Errejón apostaría, a pesar de todo, por una relación (in)traductiva con lo intratable, buscaría relación con lo intratable, haría de la relación con lo intratable el eje mismo de su propuesta política-desde el antagonismo inclusivo que define amigos y no-amigos.  Iglesias apostaría-aquí no hay “a pesar de todo,” es una apuesta explícita-por no reconocer lo intratable como tal, sino más bien por someterlo a su posición de enemigo.

 

 

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