Nota a la segunda edición revisada de Línea de sombra. El no sujeto de lo político. (Borrador.)

Es difícil nadar contra la corriente.  A menudo tales esfuerzos son vanos e irrisorios y por eso es doblemente iluso esperar reconocimiento público en consecuencia.  En esta nota a la reedición de Línea de sombra.  El no sujeto de lo político, cuya primera edición fue publicada en Santiago de Chile por Palinodia en 2006, me toca hacer dos cosas: en primer lugar, expresar mi agradecimiento sincero a Bernard McGuirk y a Macdonald Daly por haberla propuesto y facilitado; en segundo lugar, tratar de justificar su necesidad o, más modestamente, su oportunidad, en el caso de que ya hoy, como espero, la presentación que este libro ofrece no pueda desestimarse como intempestiva, ya no prematura sino ajustada al tiempo en el que vivimos.  Porque lo cierto es que el libro, aunque su distribución fuera limitada (aunque para eso está internet, al fin y al cabo), atravesó en su momento el cuerpo lector más o menos como el rayo del ángel atravesó a María, pero con escasos resultados en el orden de la fecundación.  Creo que es correcto afirmar que este es un libro que no ha sido todavía leído, fuera de círculos restringidos de amistad, y solo cabe esperar que ahora lo sea.  Que su intempestividad pueda haber quedado compensada por el movimiento histórico mismo es en todo caso la apuesta que subyace a esta nueva publicación.

            A mí me cuesta releerme, y hacerlo dieciséis años después todavía más.  Pero lo hice, y no pude evitar cierta constatación melancólica: el libro merece la pena.  Hubiera sido mejor, desde cierta perspectiva, constatar su inutilidad o su ruina. Pero no: el libro, que es, en resumidas cuentas, una deconstrucción rigurosa de la noción de sujeto de la política, y en consecuencia una primera aproximación a las nociones de posthegemonía e infrapolítica—todo eso está en juego en la mención del no sujeto de lo político–, se sostiene, para bien o para mal, y ofrece una reflexión que espero tenga ahora recibo efectivo.  A mi juicio el recibo es urgente, todavía lo es o lo es hoy más que nunca.  Su pregunta central es la pregunta política por excelencia, si es que todavía podemos esperar que el registro apropiado para ella sea cabalmente el de la pregunta por la emancipación—por la igualdad y por la libertad.  Queda formulada como pregunta por la relación entre deconstrucción y subalternidad a partir de la noción de no sujeto como resto enigmático de toda (des)articulación política. Esta es, para mí, la fuerza del libro, su fuerza crítica en primer lugar, pero se trata de una fuerza que, para funcionar en cuanto fuerza, precisaba de una recepción en el campo de pensamiento que no ha tenido todavía. Es extraño pensar que dos de las nociones con más presencia en las discusiones universitarias de los años noventa, las de deconstrucción y subalternidad, hayan encontrado tanto silencio en el intento mismo de ponerlas en común.

            No es para mí, sin embargo, tratar de dilucidar si las respuestas que Línea de sombra ofrece o propone sean adecuadas, o las más adecuadas.  En todo caso la pertinencia de sus preguntas no ha sufrido menoscabo: al revés, la situación que las motiva sólo parece haberse intensificado en todos los órdenes de experiencia.  El libro buscaba interlocución con formaciones de pensamiento poderosas en nuestro presente, capaces de orientarnos hacia problemáticas reales e intensas—con las obras de Carl Schmitt, de Alain Badiou y Slavoj Zizek, de Ernesto Laclau y de Judith Butler, de Michael Hardt y Antonio Negri, de Jacques Lacan y Jacques Derrida, de Giorgio Agamben y Emmanuel Lévinas.  Por supuesto es un diálogo selectivo, y en el caso de los que están vivos entre ellos podría haberse complicado con el análisis de obras publicadas por ellos después de 2006.  Pero no se ha complicado excesivamente: me atrevo a suponer que el trabajo de Línea de sombra subsiste y sobrevive en su relativa efectividad y que sus preguntas, en la medida en que no fueron contestadas en el libro mismo, tampoco lo han sido por la obra subsiguiente de los autores interpelados, ni por ninguna otra obra de la que yo tenga noticia.  Las preguntas están vivas. 

            Por supuesto no han dejado de ocurrir cosas, entre ellas la elaboración todavía en curso de la noción de infrapolítica (ver Infrapolítica.  Instrucciones de uso, Madrid, 2020).  Y han aparecido nuevas formaciones de pensamiento que es preciso medir, como las vinculadas a Comité invisible y al grupo de intelectuales en Black Study que trabaja en afropesimismo y black ops.  La aceleración del estado de vigilancia y la aceleración del cambio climático son problemas de los que Línea de sombra no se hizo cargo y que resultan ya ineludibles.  Pero la continuada crisis teórica de la izquierda política contemporánea es un grave obstáculo para lograr respuestas a ellas. 

            Propongo a los lectores que busquen en Línea de sombra no más que las trazas de ciertas aporías de pensamiento cuya confrontación es inevitable y que atañen, en primer y último lugar, a dos regiones de reflexión: la posibilidad de pensar políticamente un fin de la subalternidad desde presupuestos no vinculados a la noción moderna de subjetividad, que convierte al mundo en objeto de uso y extracción; y la posibilidad de pensar infrapolíticamente cómo vivir, cómo estar en existencia.  Si esa primera posibilidad es deconstructiva, la segunda es propositiva. Ambas son necesarias para cruzar la línea de sombra que amenaza crecientemente con ocupar nuestro horizonte, si es que no se lo ha comido ya irreversiblemente.   

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