La cuestión es decidir si la pandemia es un acontecimiento o no. En el mejor de los mundos posibles no hay acontecimiento, todo se vincula al principio de razón suficiente, que o bien es garantía de que hay Dios o bien es Dios mismo. Si todo está preordenado, si no hay indiscernibles, entonces no hay acontecimiento, solo hay sucesos. El acontecimiento, en la medida en que es conceptualizable como suplemento a una situación dada, como su punto de exceso, como aquello que sucede indiscerniblemente para desbaratar la situación tal como es y abrir otra historia y otra verdad, no tiene lugar. Como dice Alain Badiou, de quien tomo prestado su vocabulario y su noción de acontecimiento, no es fácil, o resulta simplemente imposible, refutar la teoría de Leibniz sobre la indiscernibilidad y su negación. Es, en última instancia, cuestión de creencia. Si para ti el mundo está acabado como el mejor de los mundos posibles, siempre encontrarás razones para asentar tu fe en el principio de razón suficiente. Pero, Badiou sostiene, postular la emergencia de un acontecimiento como punto de exceso y desbordamiento de una situación dada también es asunto de creencia. Y también es más o menos irrefutable, en la medida en que solo puede postularse como un proceso de verdad, es decir, como un proceso verdadero, desde el futuro anterior. La pandemia habrá sido un acontecimiento si la pandemia se constituye como indiscernible a partir del cual se desata un proceso de fidelidad, si el mundo cambia como resultado de esa fidelidad a aquello que el indiscernible hace irrumpir en el mundo. Y esto no se puede saber excepto desde el futuro anterior, y por eso es irrefutable.
Sigo con Badiou, con su seminario de 1986-87. Esta es la cita clave que quiero someter a discusión, de la sesión del 2 de junio de 1987: “Le savoir en situation, que j’ai convenu d’appeler ‘encyclopédie,’ distingue et classe toute une série de parties de la situation et les subsume sous de concepts, des désignations, des opérateurs de différenciation. Par principe, un indiscernable est évidemment soustrait à ces opérations, donc il es comme tel exclu du savoir structurel. À vrai dire, c’est bien parce que Leibniz considère que la pensée c’est le savoir structurel que, pour lui, il n’y a pas d’indiscernable. Du momento où l’on identifie pensée et savoir structurel, on est amené à dire qu’il n’y a pas de pensée de l’indiscernable, que penser l’indiscernable c’est penser rien, ce qui revient à a ne rien penser” (Badiou, Heidegger. L’être 3—Figure du retrait).
Hay saber, que es siempre saber de una situación, y hay procesos de verdad que para Badiou se organizan a partir de una irrupción de lo indecidible. Pero lo indecidible significa que hay que tomar una decisión respecto de ello. El acontecimiento es un suplemento indecidible respecto de una situación. Decidirlo es una intervención que organiza un proceso de verdad en el tiempo del futuro anterior.
Esto parece particularmente relevante, al menos como motivo de discusión. En otro lugar de su seminario Badiou habla de un “tercer estadio,” que es su versión de la noción heideggeriana de “otro comienzo.” Para Badiou, si el primer estadio coincide con la edad de Dios, es decir, la concepción onto-teológica del mundo (Leibniz, sin ir más lejos), el segundo estadio es el de la edad del humano, que quizás la palabra nietzscheana sobre “el último hombre” en Así hablaba Zaratustra empieza a clausurar. Para Badiou el mismo Heidegger, al suturar la filosofía al arte y particularmente a la poesía, es todavía un personaje de la edad del hombre. El tercer estadio comenzaría, habría comenzado, con la liquidación de la noción de la edad del hombre en la renuncia a la metafísica de la presencia.
No es el lugar para explicar la ontología matemática, o la ontología del matema o del múltiple puro, en Badiou. Baste decir que el abandono de la posición subjetiva de “la edad del humano” implica la disolución de la sutura del pensamiento tanto a la poesía como a la ciencia como a la política. Habrá política, habrá poesía y habrá ciencia, pero el pensamiento rompe su sutura con respecto de esas tres condiciones de su posibilidad misma y ya no está encadenado a ellas. Lo que queda es, para decirlo con palabras de Bernard Stiegler, la necesidad de pensar un “nuevo sistema de cura,” donde cura no remite solo a su acepción terapéutica sino que absorbe las connotaciones del cuidado en el sentido del alemán Sorge o del inglés care. Esa es la responsabilidad del pensamiento en la edad del tercer estadio, que es la nuestra.
Sí, es cuestión de creencia o de decisión. Pero también lo es negarlo. Entender la pandemia como indiscernible, es decir, como punto de exceso de la situación, lo que Heidegger hubiera entendido como irrupción del ser, organiza un procedimiento de verdad. Su potencia es cambiar nuestras vidas.
Queda también no hacerlo, rehusar la noción, y volver al consolador tema leibniziano: sí, vivimos ya en el mejor de los mundos posibles. Por eso es perfectamente factible no querer, por ejemplo, salir de la edad del humano, o, si no se puede evitar, salir de ella entonces de culo, mirando para atrás, tratando de establecer alguna nueva sutura del pensamiento a sus condiciones, como no dejó de hacer la filosofía del saber, la enciclopedia, en los últimos siglos. A eso Badiou le llama “humanismo regresivo.”
En la era de la sexta extinción ningún humanismo regresivo tiene sentido. Hoy sabemos que un virus puede hacernos a nosotros parte de esa extinción masiva de especies. Ese es el acontecimiento capaz de generar una fidelidad a su verdad y un cambio de vida. La compensación regresiva ante el movimiento del tiempo no es una figura del pensamiento. Es más bien un retorno a lo impensado, en el que somos irrefutablemente libres de enterrar la cabeza.