Desficcionalización efectiva, precisamente. En primer lugar, de la “ficción”: ficción ficticia de esa fábrica de “comunidades”, “salvaciones” y “deseos”… Claro, de lo último que podría tratarse es de “entregarse” a una “ficción” para “recuperar el deseo”. No, no era, no es eso de lo que podría tratarse, sino de otra Cosa. Maddalena nos proponía la preciosa pregunta por la topología atópica del señalamiento infrapolítico. Ahí es donde hay que situar esa ficción a la que intento referirme. La “ficción” no podría ser la vía para la ”recuperación” del “deseo”, porque el deseo es la Cosa. Pero, a su vez, retroactivamente, la Cosa es efecto de la ficción (sin comillas), de esa ficción que torna indecidible la diferencia entre fiction y non-fiction (muy entre comillas). Por eso no podría haber éxodo infrapolítico sin ficción. Ni retorno de la Cosa, es decir, del deseo. A esa ficción me refiero.
Allende los tiempos de pandemia, esta no sería una pregunta inocente – porque es una pregunta topológica, que por principio desborda cualquier sujeto que la enuncie, por ser siempre ya su efecto… Para referir a algunas de las interrogantes que nos han estado rondando desde la estimulante conversación con Jorge Alemán, habría por lo menos dos desafíos de calado que nos plantea dicha pregunta: primero, aquella por la diferencia entre las topologías atópicas de raigambre infrapolítica, desconstructiva y psicoanalítica; segundo, aquella por el “antes” y el “después” de la infrapolítica, la desconstrucción y no el, sino un psicoanálisis, y por motivos muy específicos, que evoco al hacer resonar el sintagma infrapolítica terminable e interminable, en alusión al trabajo de Freud (1937).
Es la pregunta por el Fin de análisis. Que aquí no puede más que reverberar en torno a la pregunta por el fin, incluso por los fines de la desconstrucción. Y, claro, de la infrapolítica. El lazo analítico des-en-boca en la gestación de una marca (S1, como anota Lacan), un trazo instituyente capaz de gestar otra ficción (no “ficción”), un pasar a otra Cosa, como resultado de su efectiva desficcionalización. Se trata de un movimiento en algún sentido paradójico, pero en modo alguno contradictorio, que no tiene por qué sorprendernos – dado que el deseo es la Cosa y Ésta, efecto de la ficción (de nuevo, sin comillas). Sé que estamos de acuerdo: la cuestión no es ficción o no ficción, sino el movimiento pendular permanente de la desficcionalización y reficcionalización, el niño que hace caer los cubitos de nuevo (¡qué Cosa!), para luego reconstruir, y volver a destruir, la torre… Empero, este juego no es el de un mal interminable (como se dice del mal infinito) porque esta marca, el trazo instituyente no es cualquier cuento, sino una inscripción cuya naturaleza es igual-pero-no-idéntica a la de los cuasi trascendentales derridianos, con respecto a los cuales —aunque siempre ya— sin duda hay, a la vez, un antes y un después…
Es la Cosa: el psicoanálisis da lugar a esa potencia instituyente, que permite renovar la ficción (no la “ficción”) del sujeto, con todo lo que ello arrastra. De la desconstrucción asimismo puede enfatizarse su respectiva capacidad instituyente, por vía de tales cuasi trascendentales, asimismo capaces de relanzar el deseo (no “subjetivo”) de los sujetos discursivos (recuerdo aquí a nuestro Tarizzo). He aquí entonces la pregunta por la infrapolítica: ¿es interminable?, ¿es interminablemente exódica? La respuesta bien podría ser que sí. Sin más. Y estaríamos de acuerdo. Lo estamos. Pero, como subrayé, no hay éxodo sin ficción. La disyuntiva consiste entonces en hacerse cargo, o no, infrapolíticamente de esa recurrente ficcionalización. Es la Cosa. Porque de que Eso tiene, y tendrá siempre lugar, de un modo u otro, ni duda cabe.
Una vez despejado el hecho de que no podría radicar en eso de la ficción versus la desficcionalización, puntúo por ahora con dos re-flexiones sobre nuestra dif-herencia. Por motivos analíticamente articulables, en mí insiste la pulsión [infrapolítico-desconstructivo-analítica} instituyente, lo que puntualmente me hace merodear por entre sus pliegues. De donde la pregunta que me ocupa aquí. Sin embargo, más allá de nuestras siempre perdonables personas, lo descrito hasta ahora acaso vuelve sobre cierto impasse, el don mismo de la infrapolítica: el hecho de que, acaso, su singularidad es que se dirige, como tales, hacia las marcas instituyentes (S1), raíz de cualquier deriva política. Rara avis que devoraría sus retoños en el momento mismo de darles lugar: botella de Klein, al fin. Precisamente.
De donde quizás se desprende, como también sugerí, que al filo de estos tiempos —atroces— más que de ficciones quizás deberíamos de hablar de improvisaciones. Lo que me permite replantear la pregunta desde otro ángulo: está claro que el psicoanálisis es improvisatorio, o no es; que la desconstrucción es improvisatoria, o no es; ¿y la infrapolítica? —allende su flanco y su performance desconstructiva, de sí tan instituyente como destituyente— ¿es improvisatoria?, ¿debe de serlo?, ¿puede serlo?, ¿o acaso su gesto es más bien, a la postre y siempre, el del aplauso producido con una sola mano?
(Este texto es respuesta a un texto aquí encontrable: infraphilosophy.home.blog/2020/06/08/desficcionalizacion-efectiva/)
Benjamín, no quiero monopolizar de ninguna manera la respuesta, así que contesto brevemente mientras invito a otros a que también lo hagan. Espero realmente que este entramado de cuestiones les importe a muchos. Muchísimas gracias por tu texto, por lo tanto, en el que te sigo absolutamente hasta que planteas esas preguntas en las que ya no cabe seguirte o no, sino responder. Entonces, primero, en la medida en que los maestros zen usaban la última noción que presentas, la del aplauso con una mano, como medio de acceder al satori, creo que la infrapolítica en cuanto tal no puede aspirar a ello. La infrapolítica no propone satori, creo que eso puede colegirse. Segundo, en la medida en que pareces proponer la sustitución de la noción de ficción sin comillas que expones por la improvisación, tu pregunta es si la infrapolítica es improvisatoria. Lo es, no en el sentido del niño que juega con el piano, sino en el sentido del moralista salvaje–el que, por lo tanto, es capaz de exponer y exponerse a una conducta, o a una praxis, que depende de una y mil prácticas anteriores, de una especie de repetición infinita nunca sin embargo sometida a normas, improvisada en ese sentido, pero improvisada dentro de una trayectoria de existencia en la que la decisión es constante y constantemente buscada. El mejor ejemplo que recuerdo ahora es el de la inversión que le da Derrida en Donner la mort a la historia de Abraham. Para Derrida la decisión de Abraham ocurre una y mil veces cada día de nuestras vidas, solo haría falta despertar a ello. Y tercero: la infrapolítica es decididamente interminable. Quizás más interminable que el análisis, porque no puede contar con ninguna desembocadura excepto la desembocadura de la muerte misma. Esa es para mí la diferencia fundamental entre análisis e infrapolítica. No hay ni puede haber acto infrapolítico, la infrapolítica no lleva a lo que creo entender que tú señalas como acto instituyente. A no ser que, en cuanto práctica consciente (hay dos infrapolíticas, esto es, la infrapolítica que está por todas partes y nos cruza a todos y la infrapolítica que se piensa como práctica y como pensamiento), la infrapolítica parta ya de ese acto instituyente. Pero no lleva a él, diría yo. Puede llevar a cualquier parte, incluso al satori o al acto analítico, pero esas “partes” no serían ellas misma infrapolíticas–serían zen o análisis, etc. Lo dejo ahí, a la espera de otras palabras.
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Yo me fijo a esto: “Y estaríamos de acuerdo. Lo estamos. Pero, como subrayé, no hay éxodo sin ficción. La disyuntiva consiste entonces en hacerse cargo, o no, infrapolíticamente de esa recurrente ficcionalización. Es la Cosa. Porque de que Eso tiene, y tendrá siempre lugar, de un modo u otro, ni duda cabe.” Y me parece un privilegio poder empezar desde ahí. Porque no quiero que nadie descuide notar que para mí leer a Benjamín es un gran honor y placer. Y ser parte, de alguna manera, del proyecto más interesante de universidad que hemos visto en los últimos decenios es una cosa que no puedo ni explicar. Así que no quiero que nadie se pase por alto que cuando digo lo que digo se lo digo a los más queridos. Yo quisiera una “comunidad” capaz de hacerse cargo de los que no nos queremos hacer cargo, precisamente como infrapolítica, de ninguna ficcionalización recurrente. Y más allá, aunque no sé si esto concuerde con el comentario de Alberto, de una comunidad que sea capaz de lidiar con ese koan zen no como una bromita sino como un reto real. Y digo todo esto pensando que el psicoanálisis es indispensable. Pero también: que digo esto desde un lugar que no asume ni el lado del analista ni el del analizando en la transacción.
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“Empero, este juego no es el de un mal interminable (como se dice del mal infinito) porque esta marca, el trazo instituyente no es cualquier cuento, sino una inscripción cuya naturaleza es igual-pero-no-idéntica a la de los cuasi trascendentales derridianos, con respecto a los cuales —aunque siempre ya— sin duda hay, a la vez, un antes y un después”.
— me interesa bastante Benjamín Mayer Foulkes . Me parece improbable que la deconstrucción institucional académica pueda llevarnos ahí. El gesto instituyente me parece que ya no puede ser como fides de un futuro impostado, del “por venir”. Otro movimiento de la deconstrucción tal vez tendría que prepararse desde el psicoanálisis que describes, aunque no tengo idea cómo sería. Muy estimulante esto.
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De Juan Carlos Quintero Herencia:
Quiero, con Jaime, insistir en la condición indispensable del psicoanálisis para esta o cualquier conversación interesada en dar un paso en alguna dirección, como dijera Alberto, que nos acerque a una “recuperación de energía existencial en éxodo, no respecto del mundo tal como es, sino respecto de los aparatos de reproducción tecno-industrial que han saturado el planeta desde el cálculo produccionista llevado al límite”. Ahora, allí donde Jaime termina, finaliza, su comentario se abre una brecha y un reto formidable para todos, inevitablemente instituidos por y un lenguaje que recorre y maneja “saberes”. Jaime dice: “Pero también: que digo esto desde un lugar que no asume ni el lado del analista ni el del analizando en la transacción.” Esto es, para mi muy importante, no para hacer la asignación de lo que demandaría el sujeto que sabe o quiere saber universitario sobre estos lados de la transacción psicoanalítica, ni para jerarquizar las maneras de la toma de la palabra o del acto de pensamiento. Sino precisamente para localizar esa soledad-acompañada, irremediable del que no asume esa brecha de singularidades, ni aspira a colmarla: lugar de la pausa, lugar para la mirada, lugar del silencio, de una recuperación de cierta respiración y de cierto afecto que permita el trabajo y, por qué no, la habitación de ese lugar “que no asume”.
Quiero [de deseo y de querencia] más bien subrayar la singularidad impostergable de esa escena de la práctica-horizonte del psicoanálisis: la escena del análisis (la clínica) y que Jaime agudamente se niega a dar por asumida. Y este subrayado no es tampoco pregunta, redundo, este subrayado es silencio y pausa. El antes o el después de las preguntas, la conversación, el relato. No asumir ese espacio, para mi significa no hablar por él, ni dando por evidente que se sabe hablar del mismo, o se “conoce” “más o menos” lo que allí acontecería. Creo escuchar, en el comentario de Jaime, además del pálpito de una brecha, un afecto y una tensión productiva entre la singularidad de psicoanálisis como manera al interior de la teoría crítica (y sus innegociables usos y discusión abierta) y el psicoanálisis como práctica que no sabe, ni le interesa saber a la usanza de los mandatos y los comienzos instituyentes. O de esas aplicaciones brillantes, pero no menos efectistas digamos de un Zizek, por ejemplo. Y aquí efectismo sería algo cercano, no igual a predictibilidad, pedagogía o al desiderátum político hegemónico. En verdad, es una cuestión de estilo.
Es un reto formidable al que añado esta nota saturada de citas: “Sé que estamos de acuerdo: la cuestión no es ficción o no ficción, sino el movimiento pendular permanente de la desficcionalización y reficcionalización, el niño que hace caer los cubitos de nuevo (¡qué Cosa!), para luego reconstruir, y volver a destruir, la torre… Empero, este juego no es el de un mal interminable (como se dice del mal infinito) porque esta marca, el trazo instituyente no es cualquier cuento, sino una inscripción cuya naturaleza es igual-pero-no-idéntica a la de los cuasi trascendentales derridianos, con respecto a los cuales —aunque siempre ya— sin duda hay, a la vez, un antes y un después…”
La inscripción, el trazo que ancla y desata ¡qué cosa! ¿no?
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Juan Carlos Quintero Herencia
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Me parece que ese complejo ir y venir entre la ficción y la desficción, que por otra parte da cuenta del impasse en que pone a la discursividad conceptual, se concluye muy bien en esta breve frase: “como subrayé, no hay éxodo sin ficción”, pero en la medida que no hay real sin imaginario ni simbólico… (“retroactivamente, la Cosa es efecto de la ficción”). Pero “la cosa” está quizá precisamente en ese “ir y venir”, o su “entre”. Y para mí allí está una clave crítica a la emancipación entendida como confrontación de imágenes (sean identitarias, de clase, culturales, políticas, etc.), que en última instancia es siempre una confrontación binaria y especular; pero así como no hay real sin imaginario ni simbólico, no hay éstos sin real… por lo que quizá la pregunta es aquí por el “entre” de esas confrontaciones, en donde yo ubico de algún modo los envíos de singularidad.
Como alguna vez comentaba a Sergio Villalobos, luego de Hegel se trata menos de la síntesis inmediata de lo particular y lo universal (donde además intuyo, vaya ironía, otra contundente clave crítica a cierto subjetivismo decolonial que no es sino una universalización de particularidades), se trata menos de eso, entonces, que de la asunción de la mediación/desarrollo habida “entre” esos dos registros…, es decir, el entre de la tensión, de la desgarradura, del “cuerpo” fragmentando “antes” de su conclusión en la consistencia de la imagen: ¿acaso el “entre” que sería de la infrapolítica?, pero sin recurrir, como sí hizo Hegel, a la subsunción final y finalística de la misma a una ley (del espíritu, de lucha de clases, de identidades, del cuerpo-organismo, etc, “ficciones de salvación”, aunque paradójicamente estas sean necesarias precisamente para dar cuenta de aquél), sino más bien a ese éxodo (des)ficcionalizado, que me parece es el de la condición heterogénea, y que muy lejos de reconciliar mantiene la inquietud de la que por otra parte es la ineludible relación singular-universal.
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Gracias, Esaú. En José y sus hermanos, Thomas Mann habla del “hombre de Ur,” el antecesor errante de José, quien estaba poseído por una “uneasiness of the soul expressed in a restlessness of the body that had little to do with the fickleness of everyday wanderlust and light-footed adventures, but was instead the obsession of one driven man, in whose blood there stirred the dark beginnings of fateful developments.” Se hace claro que el hombre de Ur buscaba la Cosa, y sí, ni desde lo imaginario ni desde lo simbólico y mucho menos desde lo real–desde luego desde el “entre” de todo ello. Y entonces Mann añade algo que da que pensar: “In reality this moon-wanderer’s personality was not the sort that either receives or generates political promises.” Este es el tipo, entonces, del humano infrapolítico, cruzado por una estructura de deseo con respecto de la que entiende que no hay ficcionalización estable ni promesa audible, y por lo tanto que no hay tampoco respecto a él ningún placet de la comunidad que no sea un engaño. Añade Mann: “The life of these men, with whom a new history begins, seldom or never means a pure and unquestioned ‘blessing,’ nor is that what is whispered to them by their own sense of self. ‘And you shall be a destiny’–that is the purer and more correct translation of the word of promise, whatever language it might have been spoken in.” La errancia del hombre de Ur es condición heterogénea y es también irreconciliable. Y su destino no es político.
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