Qué aburrido se hace todo cuando la razón militante se sale de sí y profesa que ninguna otra razón existe, solo se puede ser una cosa, solo se puede pensar una cosa, solo se puede hacer una cosa, y los demás–todos esos que, a su vez, se salen de la cosa, como la lamella se sale del cuerpo lacaniano–son “heideggerianos municipales” o alguna otra estupidez semejante. De la cosa solo se puede salir la razón militante–en sí la cosa, la única cosa, y la única cosa que se sale para que nada más salga–para impedir que nadie permanezca con vida fuera de la cosa, solo en vidamuerte, en vida prostituida, en vida vendida, dice la razón militante. Y se queda oronda, satisfecha, heroica, contenta de haber podido decir su cosa sin que nadie proteste, pues nadie quiere exponerse–da miedo, serían enviados al infierno–a refutar algo tan elemental–es necesario que la razón sea militante, somos todos soldados de la razón, todos debemos militar en la causa, pues no hay más cosa que la causa, y la causa es fácticamente la cosa. No hay vida sin cosa, aunque la función de la cosa sea solo atrapar la vida, orientarla, ordenarla, darle una misión. Sin orden no hay milicia. Sin milicia no hay orden. Viva la militancia. Viva la causa. Qué coñazo.
Lo ético es lo universal, como decía Kierkegaard, y estos de la razón militante son siempre soldados heroicos de lo universal. Su referencia es lo universal, su verdad es lo universal, incluso su mentira es lo universal, pues lo universal constituye su único horizonte de referencia. Están llenos de lo universal, a lo que llaman política. Son héroes, o poetas del héroe–preferirían ser héroes, pero a veces se agotan en twits apayasados o en pomposos comentarios en facebook que, al menos, glosan al héroe, hablan de cómo conviene ser, y de cómo fuera de ese orden no hay salvación, solo perdición, la perdición del crápula, del fascista (todos son fascistas excepto los que aceptan o callan las premisas de la razón militante). Y así abundan más los poetas de lo universal en twitter y facebook que los héroes propiamente dichos, que aparecen solo de vez en cuando por televisión.
Lo ético es lo universal, ¿quién lo negaría? Dejémosles que sean éticos, dejémosles que le dediquen a lo universal–la nación, la clase, la raza, el pueblo, la ley moral–todo aquello que conviene a lo universal. Nunca entenderán que el mundo no acaba ahí, y que hay otra cosa, más cosa, a la que ellos no reconocerán el acceso. Kierkegaard lo decía bien claramente para el que tenga oídos (pero ¿quién tiene oídos hoy?): hay una relación del individuo a lo universal, mediada, y esa es la ética, y hay una relación del individuo al absoluto, y esa no admite mediación. Y como no admite mediación no admite tampoco compromiso, ni siquiera articulación: se hace, o no se hace. Se da, o no se da. Todos son capaces de ella, pero muy pocos se dan cuenta, todavía menos la buscan: casi todos la traicionan. Esa relación singular al absoluto–sin ella no hay pasión, solo simulacro de pasión. Lo que no entienden los militantes que, al haber renunciado a un absoluto que siempre de antemano trasciende su militancia, absolutizan su propia patética solución al enigma del mundo es que, al hacerlo, sacrifican lo único que merece la pena mantener al margen de todo sacrificio, puesto que sin ello no hay sacrificio alguno, solo trampa. Y sin ello no hay política, solo postureo. Son militantes cuya causa está vacía–por eso buscan llenarla de gritos militantes. Ojalá les funcione, siempre que dejen espacio para que otros puedan respirar sin tener que negociarlo con ellos.
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