Notas a “De la esencia del fundamento” (1929), de Martin Heidegger.

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En este segundo ensayo de 1928 sobre el desistimiento (Nichtung):

“La diferencia ontológica es el no entre ente y ser” (trad. Helena Cortés y Arturo Leyte, 109).   Una forma de desistimiento diferente a la del no de la nada, que es “el ser experimentado a partir de lo ente” (109).

La “trascendencia,” tal como fue definida en “¿Qué es metafísica?,” es el ámbito de discusión. [De un párrafo omitido en la edición de 1949: “¿En dónde reside la necesidad de la fundamentación? En el abismo (Ab-Grund) y en la ausencia de fundamento (Un-grund). ¿Y dónde está eso? En el ser-aquí” (112)].

En una de las versiones más simples de la diferencia óntico-ontológica: “La verdad de la proposición hunde sus raíces en una verdad más originaria (desocultamiento, das Unverborgene), esto es, en el carácter manifiesto antepredicativo de lo ente, que recibe el nombre de verdad óntica” (115). “Pero . . . ni siquiera dichos modos de conducirse serían capaces de abrir el acceso hasta lo ente en sí mismo si su modo de manifestar no estuviera ya siempre previamente iluminado y guiado por una comprensión del ser de lo ente . . . Es el desvelamiento del ser el que hace posible por primera vez el carácter manifiesto de lo ente: su evidencia. En su calidad de verdad del ser llamamos a este desvelamiento verdad ontológica” (115-16). “La verdad óntica y la verdad ontológica conciernen ambas, de manera diferente en cada caso, a lo ente en su ser y al ser de lo ente. Ambas se pertenecen mutuamente de forma esencial, por razón de su participación en la diferencia de ser y ente (diferencia ontológica)” (117).

El fundamento de la diferencia ontológica es la “trascendencia” del Dasein.

Aquí Heidegger añade una precisión esencial: “Si elegimos para ese ente que nosotros mismos somos y que entendemos como ‘Dasein’ el título de ‘sujeto,’ entonces la trascendencia designa la esencia del sujeto y es la estructura fundamental de la subjetividad. Pero no es que el sujeto exista previamente como ‘sujeto’ y después, si se da el caso, también se presenten objetos que tienen que ser trascendidos, sino que ser sujeto significa: ser ente en y como trascendencia” (120). Esta es para mí la precisión heideggeriana que abre el camino a la noción de “sujeto del inconsciente” en Lacan–un ‘sujeto’ que implica ya la destrucción de la noción cartesiano-hegeliana de sujeto y que se abre al estado de arrojado desde la experiencia radical, más o menos adormecida, de “desistimiento” (ver la entrada “Notas (de trabajo) a ¿Qué es la metafísica?” en este blog). Es también, por supuesto, la posibilidad misma de un pensar político post-hegeliano ( y así del pensar infrapolítico.) El “sujeto” heideggeriano que aquí se ventila es un sujeto “traspasado” [“Trascendencia” es traspasamiento, Überstieg” (120)] cuya característica es la “mismidad” arrojada: “En el traspasamiento el Dasein llega en primer lugar a ese ente que él es y llega a él en cuanto él ‘mismo.’ La trascendencia constituye la mismidad. Pero, nuevamente, nunca constituye solo y en primer lugar ésta, sino que el traspasamiento concierne siempre también simultáneamente a eso ente que el Dasein mismo no es. . . . Solo en el traspasamiento y mediante él se puede llegar a distinguir y decidir dentro de lo ente quién es, cómo es y qué no es un ‘Mismo'” (121). El “sujeto” heideggeriano es por lo tanto un sujeto bajo tacha, esto es, desistido y traspasado. Ambas condiciones, el desistimiento y el traspasamiento, definen desde cierta perspectiva el sujeto del inconsciente lacaniano, pero también indican claramente las condiciones desde las que podría pensarse el tipo de acercamiento proactivo a lo común que definimos como práctica política, de la que no es posible por supuesto excluir la práctica política fascista. El famoso y notorio “pensar sin sujeto” de Carta sobre el humanismo queda así matizado, pero también queda matizada la pretensión antiheideggeriana de que, fuera del nazismo colectivista, ninguna política es posible desde su pensamiento: resultará obvio que el fascismo no es de ninguna manera la única solución posible a lo que Heidegger plantea como mundanidad de la trascendencia.

Heidegger pasa a explicar el concepto de Ser y tiempo de “ser-en-el-mundo” a partir de la noción de que el mundo es la totalidad de lo ente. “La tesis de que a la esencia del Dasein en cuanto tal le pertenece el ser-en-el-mundo contiene todo el problema de la trascendencia” (123). Es aquí, desde el ser-en-el-mundo como sitio de habitamiento, donde Heidegger introduce preliminarmente ciertas consideraciones sobre la antropología filosófica de Kant–“antropología pragmática” que pertenece a alguien que comprende el juego del mundo y participa activamente en él. En ellas se indica que la comprensión del mundo es siempre necesariamente un “traspasamiento” hacia el mundo, y así una relación plena y plenamente activa con el mundo: “a partir del mundo el Dasein madura y se produce a modo de un Mismo, es decir, a modo de un ente al que se ha confiado el tener que ser. De lo que se trata en el ser de este ente es de su poder ser” (135).

Y no es trivial que a ese “traspasamiento” hacia el mundo Heidegger le de el nombre de “libertad.” “El traspasamiento hacia el mundo es la libertad misma” (140). “Pero aquí la libertad se manifiesta simultáneamente como lo que hace posible el vínculo y el carácter vinculante. La libertad es la única que puede lograr que reine, waltet, un mundo que se haga mundo, weltet, para el Dasein” (140).

No hay produccionismo aquí, ni Heidegger pretende alumbrar la idea de que el traspasamiento del mundo en la libertad del Dasein es un construccionismo. Se trata solo de insistir en que no hay otro fundamento de la acción que la diferencia ontológica, desde la que un Dasein desistido y traspasado immer schon vive en su temporalidad y existe bajo todos los posibles modos de existencia fáctica, incluyendo el de la explicitación de la facticidad misma–en el que se guarda la posibilidad política que es también la posibilidad filosófica o infrapolítica. No hay produccionismo ni constructivismo porque “trascendencia significa un proyecto de mundo tal que lo proyectante ya está también dominado y determinado en su ánimo por ese mismo ente al que traspasa” (142).

¿Por qué no insistir en la apelación radical por Heidegger a un principio de realidad que destruiría la contraposición arbitraria entre Ser y Real?   Pero es un principio de realidad cuya esencia es la libertad: “El acontecer de la trascendencia, en cuanto fundamentar, es el construirse de ese espacio en el que irrumpe el mantenerse fáctico en cada momento del Dasein fáctico en medio de lo ente en su totalidad” (146).

Heidegger concluye con un párrafo en cierta medida antológico, por desusado en su obra. Pero de él cabe concluir también lo que estaba en juego políticamente en el intento de enunciar la esencia del fundamento como libertad finita. Estamos en 1929, y no puede no escucharse un aire nietzscheano que iba a resultar ominoso, pero solo retrospectivamente: “Y, así, el hombre, que en cuanto transcendencia que existe se lanza hacia adelante en busca de posibilidades, es un ser de la distancia. Solo mediante lejanías originarias que él se construye en su trascendencia en relación con todo ente se acrecienta en él la auténtica proximidad a las cosas. Y sólo el poder escuchar en la distancia produce y hace madurar en el Dasein, en su calidad de Mismo, el despertar de la respuesta del otro Dasein compañero, con el que, al compartir el ser, puede olvidarse de su Yo para ganarse como auténtico Mismo” (149).

 

 

 

 

 

 

 

 

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