Aprovecho el blog para poner en él el texto completo de la entrevista de Iván Pinto y Andrés Pereira para El desconcierto, cuyo vínculo está arriba. (La entrevista publicada fue resumida por los editores por razones de espacio.)
Iván Pinto: Alberto, vienes de un recorrido muy específico, con una serie de libros muy relevantes: Tercer espacio: Duelo y literatura en América Latina (1999), marcado por un momento respecto a los estudios culturales y la post-dictadura. Luego, me parece podríamos detectar un segundo momento con The Exhaustion of Difference (2001) y Línea de sombra. El no sujeto de lo político (2006), ambos libros sin duda están marcando un momento de agotamiento respecto a los estudios de área. Me interesa preguntarte en términos de una evaluación retrospectiva, sobre todo vinculada a la academia.
Alberto Moreiras: Desde mi experiencia personal, es verdad que ha habido un largo proceso que me llevó a mí, y puedo imaginar que también al campo, que yo soy solamente síntoma de un proceso que me trasciende, a una sensación de agotamiento y de fin de espacio discursivo que yo vinculo efectivamente a toda la escena de estudios de área, a toda la escena de latinoamericanismo, a toda la escena del campo profesional, que sigue teniendo una inercia poderosa porque es campo institucional, pero que ha ido perdiendo contenido, ha ido perdiendo urgencia, ha ido perdiendo importancia de forma casi palpable desde fines de los ochenta hasta ahora, que es el tiempo que coincide con mi presencia activa en el campo profesional. Pero esa pérdida se produce de forma mucho más acentuada desde 2001, y podríamos hablar largamente sobre las razones profundas de que esto haya sido así. Mi primer libro, mi tesis doctoral, Interpretación y diferencia (1991), había sido un ensayo deconstructivo o un ensayo sobre la deconstrucción, y supongo que lo que estaba en juego para mí allí era sólo suministrarme una forma de lectura, una posibilidad hermenéutica.
Entonces, mi interés inicial por el estudio de la literatura latinoamericana, en un contexto epocal, se da en el final de la forma de estado nacional popular, antes del alza del neoliberalismo como forma de estado, o coincidiendo con ella, y es lo que lleva a la propuesta de Tercer espacio, que entiende la relación con esa literatura como una relación de duelo, y que intenta entonces pensar la literatura misma como literatura de duelo—lo que interesaba en ella era su propio duelo por la literatura en su forma histórica específica. Algo se estaba perdiendo en los ochenta y eso fue lo que yo traté de capturar, mientras me estaba abriendo también a pensar la postdictadura, cosa que en aquel momento era de enorme importancia, ya desde perspectivas no sujetas a la crítica literaria. Ese libro para mí, que fue sobre todo un intento de apertura al paradigma postdictatorial en general como campo de pensamiento, fue también una expansión, una apertura de horizontes, un abandono del campo de estudios literarios, de estudios del archivo literario. Traté de pensar eso a partir de un trabajo institucional, práctico, donde yo estaba muy metido, de un trabajo universitario propiamente dicho, porque había mucho que hacer para sacar al campo de estudios latinoamericanista de su ghetto y de su inercia y, francamente, de su gran mediocridad institucional, con todas las excepciones particulares que quieras. Le sacrifiqué a ese trabajo tres o cuatro libros por lo menos, mi vida profesional se orientó sobre todo a la organización de conferencias, a la convocatoria de reuniones, a la formación de grupos de trabajo, de colectivos, al trabajo de estudios y de conversación con mis estudiantes y con colegas afines, y no sólo en el campo latinoamericanista o hispanista. Todo eso fue llevándonos, y esto es también epocal, es decir, tiene que ver con las condiciones generales de ese momento histórico, hacia los estudios culturales, hacia las propuestas de estudios culturales, y luego a su radicalización relativa hacia los estudios subalternos latinoamericanos. De ahí sale The Exhaustion of Difference, que es un texto que todavía no está traducido al español. En realidad es un libro también de época, es un libro que, en su mismo título, afirma también cómo habíamos quemado ya la etapa de apertura que ofrecía la noción institucional de campo de estudios culturales y había que pasar a otra cosa: una nueva forma de duelo, quizá, pero ya más bien, más justamente interpretado quizá, el reconocimiento de que estudios culturales no habían conseguido estar a la altura de la tarea del pensamiento en los años noventa. Eso coincide con el subalternismo como posibilidad perdida—pues el subalternismo latinoamericanista acabó siendo secuestrado por formas caídas del identitarismo y de la politicidad convencional. Esa otra cosa que empezaba a aparecer a finales de los noventa y principios de la década del dos mil era el pensamiento directamente político. Viene con la hegemonía en el campo intelectual de pensadores como Alan Badiou, y Jacques Rancière, con cierta politización en el texto del Derrida tardío, con Agamben, que empieza a ser famoso por entonces, y con Esposito, que está publicando sus primeros libros. También con una más resuelta politicidad directa en gente como Judith Butler y Wendy Brown, y para mí con el encuentro con María Zambrano y Simone Weil y en menor medida Hannah Arendt. Y esa apertura al pensamiento político, en tensión con el pensamiento sobre la cultura y en tensión con el latinoamericanismo, que son mi tradición, mi propia tradición, es lo que lleva a la escritura de Línea de sombra. El no sujeto de lo político, en donde ya se empiezan a iniciar estas preocupaciones de las que hemos hablado hoy de posthegemonía e infrapolítica, que están tematizadas quizás por primera vez desde mi propia obra de forma central ahí. Posthegemonía ya aparecía en Exhaustion pero no infrapolítica, que aparece sin embargo en Línea. En ese momento tengo yo un conflicto institucional fuerte en la universidad que va a causar efectos necesariamente en mi forma de trabajar y en la continuidad de mi trabajo.
Me cambio de país y paso unos años de experimentación con otras formas de pensamiento y con otras lecturas, intento un tanto ingenuo, supongo, de reinventarme a mí mismo, de sacudirme el polvo de los pies después de lo que yo empiezo a entender como una enorme decepción personal tras mi inversión profesional concreta. Pero esa aventura fracasa, y en el 2010 se da la oportunidad de mi regreso a Estados Unidos. En fin, pasan muchas cosas, hay un reencuentro, y hay sobre todo la aparición de nuevas formas de trabajo en red que permiten que el trabajo fundamental que uno hace no dependa ya de la institución en la que uno está. Hay conversaciones intensas y algún proyecto que acaba en callejones sin salida, pero la resaca de todo ello es el nuevo proyecto de infrapolítica y de democracia posthegemónica, que es lo que estamos tratando de llevar a cabo como colectivo. La diferencia fundamental es que este colectivo ya no es un colectivo universitario. Tiene un carácter de colectivo postuniversitario, aunque todos los que estemos en él seamos universitarios, pero paradójicamente ya no hay una vinculación institucional clara, ya no dependemos de institución alguna para llevar adelante el proyecto. Esto ocurre en redes sociales, ocurre en encuentros durante viajes autofinanciados, y tiene claro por lo tanto un carácter de insurgencia con respecto al campo institucional académico, con el que nos manifestamos en ruptura, o en abierto éxodo. En ciertos aspectos que importan, claro, no totalmente, en la medida en que seguimos empleados por instituciones donde tratamos de hacer un buen trabajo y de cumplir con nuestras obligaciones. Pero el proyecto infrapolítico tiene un cierto carácter de insurgencia innegable con respecto del discurso universitario, y yo me atrevería decir que esa es su novedad y su promesa. Y su futuro. Para mí es el proyecto más importante con una genealogía latinoamericanista o hispanista de los últimos treinta o cuarenta años, por dar un número. También es un proyecto que no debe demasiado a otras tradiciones, no es un proyecto que readapta una lengua a otra lengua, sino que piensa por sí mismo desde el principio, y eso es nuevo, me parece—otra cosa es que nos las arreglemos para destruir también su posibilidad, como ha pasado otras veces, como puede haberle pasado a otros.
Para ser más preciso: no se puede evitar cierta reintegración universitaria por el hecho de que la universidad al fin y al cabo es la que nos da tiempo y estudiantes, pero sí que ha habido un paso, desde un compromiso institucional en el que la universidad era el lugar de intervención fundamental en los años ochenta y noventa, a la constatación presente, quizás un poco melancólica, de que hoy la verdadera discusión intelectual, la discusión intelectual libre se produce en espacios que ya la institución no puede ofrecer. Pensar eso es también pensar la historia y nuestro presente. Pero es mucho más importante darle vía en la infrapolítica a lo que no es meramente negativo (aquello que la infrapolítica no es) sino darle vía a su positividad de pensamiento y de ejercicio, pues eso es lo que puede cambiar nuestra lengua.
Iván Pinto: Muy a propósito de esto y de tu venida al Coloquio la Universidad Posible, planteaste al respecto la idea de una “Universidad imposible”, imposible más bien en el sentido que la universidad “ya no va más”. ¿Cuál es esa universidad que ya no va más para tí?
La universidad que ya no va o da más es la universidad que hay que cerrar como proyecto. Es absurdo tropezarnos, darnos trompadas contra un muro que no se va a romper. Yo hablo de universidades imposibles no como idea utópica, no como paradoja romántica a la que habría que acceder o con la que conviene soñar, sino al revés, como aquello que hay que abandonar, y aquello que si no abandonamos nos hará perder el tiempo sin más. No estoy diciendo que haya que abandonar prácticas de enseñanza. No estoy diciendo que haya que abandonar espacios departamentales o institucionales, y tampoco que haya que simplemente hacerse ausente de cualquier política efectiva que pueda aparecer como posible en algún momento dado, concreto, en la institución en donde estás y donde vives. Lo que estoy diciendo es que nuestra lógica de pensamiento en libertad ya no pasa en términos generales por la institución, pues es la institución misma la que ni la busca ni la quiere. La institución se ha comercializado, se ha corporativizado, y esto no es algo que le haya pasado por casualidad, sino que responde a una formación histórica específica. Esto es un proceso global, no estoy hablando por supuesto de mi propia institución, estoy hablando de la universidad global en general, por supuesto tendencialmente, pues siempre se podrá citar alguna excepción u otra. Entonces para mí la universidad imposible es simplemente la constatación de que en la universidad ya no hay casa. La universidad hoy es sólo intemperie. Y creo que es necesario desplazarse a otro lugar, un lugar en el que tengamos que crear nuestra propia aura. Organizar una arquitectura del desierto, y ponme si puedes arqui- bajo tacha, eso es lo que está en juego ahora en el pensamiento que antes era sin más pensamiento universitario.
Iván Pinto: También viniste a Chile a dar un seminario con Gareth Williams, Sergio Villalobos-Ruminott y Gerardo Muñoz sobre Infrapolítica, y se suma a esto el hecho que la revista “Papel máquina” ha dedicado su última edición a la cuestión. ¿Qué define para ti la intervención “infrapolítica? ¿Cuál es su especificidad como estrategia y/o grupo?
No me gustaría sonar arrogante al decir que yo creo que el proyecto de infrapolítica es una novedad. Pero creo que es una novedad de carácter radical. Incide en los momentos más relevantes del pensamiento contemporáneo. Es decir, precisamente por eso ya no es un trabajo de campo, ya no es un trabajo disciplinario. Tiene relevancia para el trabajo de pensar los problemas más acuciantes de la temporalidad filosófica al menos. Y también de la temporalidad política, diría yo. En ese sentido es una tarea que nos excede, me excede a mí, excede a todo el colectivo. Pero eso le da a nuestro trabajo un carácter de riesgo, de exposición. Cómo pensar sin fetichizar la noción de novedad en el pensamiento, pero cómo pensar a partir de lo que hay, entendiéndolo, y cómo pensar sin reproducir lo que hay. El proyecto de infrapolítica es una forma específica de atender a esas preocupaciones, que yo insisto que tienen relevancia fuertísima para los temas centrales del pensamiento contemporáneo, aunque infrapolítica no se propone como pensamiento central de la contemporaneidad, sino que trata de llegar a la contemporaneidad ya desde una perspectiva marrana, excéntrica, posthegemónica, sin buscar de ninguna forma naturalizar una nueva tendencia, una nueva corriente, una nueva moda. La infrapolítica es un gesto o un estilo, y en cuanto tal no puede copiarse. No nos interesa, por eso tampoco nos interesa, el gesto fácil de definir la infrapolítica, captar adeptos en busca de entusiasmos. No se trata de eso. Nuestra labor es más bien una labor callada, tranquila, sosegada, por más que sea intensa, pero que toma el riesgo fundamental de buscar una palabra nueva, es decir, una nueva posición en el pensamiento. Pero no para llegar a lo nuevo, sino porque lo viejo nos agobia y se nos ha hecho invivible.
Iván Pinto: Una pregunta que estuvo presente en el seminario es el de la política de la infrapolítica. Quisiera preguntarte por ello y por su relación con el contexto latinoamericano actual y lo que podríamos llamar el fin del ciclo “marea rosada”, desde una posición que han ido asumiento como grupo.
Claro, la preocupación por la política de la infrapolítica, que efectivamente ha salido de varias formas en los últimos cuatro días, yo tiendo a asumirla inmediatamente como un intento de entender qué es la infrapolítica. Es un intento de relacionarse con la infrapolítica como algo potencialmente emancipatorio, o si quieres, simplemente útil. Entonces la gente pregunta ‘bueno, ¿pero qué política hay detrás de esa palabra rara que os habéis inventado, qué política hay ahí?’. Y nuestra respuesta sólo puede ser: la infrapolítica no es una política, es precisamente lo que no es política, y busca tematizar lo que no es política en relación con la existencia de todos y cada uno, la existencia común y corriente que es en cada caso la propia. Eso no significa que sea antipolítica y desde luego no significa que no tenga, busque, y quiera una relación con la política. Pero esa relación con la política nosotros la entendemos como suplementaria a la infrapolítica misma. Y ese suplemento, y utilizo la palabra suplemento en el sentido derrideano fuerte (no es una palabra que yo use con ligereza), a ese suplemento nosotros le llamamos “republicanismo demótico”, “democracia posthegemónica”, “populismo marrano”, en fin le hemos dado varios nombres. Ese populismo marrano, que para nosotros es posthegemónico, tiene que ver con el rechazo de la noción teórica de hegemonía como horizonte de la política, pero no como lógica formal de la política. La hegemonía puede entenderse como lógica formal del movimiento político, pero no conviene convertirla en su horizonte.
Para nosotros el pensamiento de Ernesto Laclau, que ha inspirado a tantos políticos importantes y movimientos importantes en la Latinoamérica reciente, sigue siendo relevante, pero como descriptor de la forma de la política, como descripción fáctica de lo que es la articulación política. No pensamos que la articulación hegemónica sea el horizonte de la política, porque la articulación hegemónica es necesariamente una forma de dominación. Y nosotros queremos pensar la política de la libertad, no de la dominación. Le llamamos posthegemonía simplemente a eso: a sustraernos al principio de dominación hegemónica. Y en ese sentido estamos no en desacuerdo sino en desplazamiento con respecto de la mayor parte de las formulaciones teóricas que vinculan los diversos gobiernos de la marea rosada. Incluso pensamos que si los diversos gobiernos de la marea rosada hubieran querido escucharnos, cosa imposible, claro, no habrían caído tan precipitadamente. Puesto que en el fondo lo que está en juego en la posthegemonía es lograr un republicanismo sólido, un republicanismo democrático, duradero y permanente, no fiado a cuestiones de economía desarrollista extractivista, o no fiado a vaivenes en el mercado financiero internacional o a la capacidad de producción de materias primas que tienen un mercado atractivo en un momento dado. Entonces, de nuevo, hay mucho por pensar. Nuestra propuesta no es una propuesta socio-científica, en el sentido de que no estamos ofreciendo programas de gobierno ni plataformas electorales. Estamos simplemente tratando de incidir teóricamente en lo que podría organizar una nueva etapa de la democracia mundial. Ese es el horizonte del intento de pensar la democracia posthegemónica o el populismo marrano.
Andrés Pereira: Al respecto de ello has comentado que se trataría de pensar una suerte de “aprincipialidad” ¿Cómo podríamos entender esto?
En cuanto propuesta política efectiva, es decir, en cuanto suplemento a la noción ateleológica y anormativa de la infrapolítica, pero como propuesta política efectiva, la noción de democracia posthegemónica puede llevar a un programa, porque es una militancia, una forma de militancia, es decir, una forma de asumir el estar políticamente. En cuanto programa y militancia tiene un fin o una meta, pero no en el sentido de que busque la consumación de un principio. Tiene un fin solo en el sentido de que busca o promueve un estado de cosas, busca una relación con la política, y trabaja para ello. ¿Qué significa eso? Significa entre otras cosas y por lo pronto que no queremos que el espacio político se cierre en identitarismos, no queremos que el espacio político se cierre en exclusiones, no queremos que el espacio político se cierre en verticalismos, autoritarismos, en principios de mando, en voluntades de sumisión, en explotación, vengan de donde vengan. Eso es simplemente consistencia con una práctica democrática efectiva, pero no tiene rango de principio, diría yo. Es consistente con la aprincipialidad ateleológica de la infrapolítica en el sentido de que no propone más que un programa para ver si funciona. Y si no funciona, habría que arreglarlo. Y el programa es en ese sentido infinito, o potencialmente infinito. No puede haber una ética de la infrapolítica. La infrapolítica es una forma de moralismo salvaje, digamos. Pero dentro del suplemento democrático posthegemónico sí hay una ética. Es una ética en el sentido de que define modalidades de la práctica, por ejemplo, no se puede ser demócrata y tramar una política sobre el mando, la explotación o la dominación. Tratamos de mantener consistencia en el pensamiento sin imponer normatividades, porque no podríamos, no sabríamos cómo hacerlo, o no nos interesaría aprenderlo.