Moreiras: Martínez Marzoa introduce la posibilidad de la infrapolítica al decir, en la página 138 de La filosofía de El Capital, que el produccionismo científico-técnico capitalista se enfrenta a “infinidad de microoperaciones humanas contingentes.” Es decir, en última instancia, es el concepto marxiano de Krisis el que impide la consolidación total de una conformación onto-teológica (o físico-matemática) del mundo, el que por lo tanto guarda la posibilidad de una ruptura, sólo imaginable ahí, del principio de equivalencia general. La “republica democratica” como Estado moderno, fundada sobre un sistema de garantias de igualdad entendida como sistema de derecho, es la contrapartida politica de la conformacion fisico-matematica del mundo. Por eso la infrapolitica no puede sino concebirse como el intento por suspender la hegemonia misma del Estado moderno incluso en su calidad de “republica democratica.” Esta operacion de suspenso infrapolitico tiene dos dimensiones centrales: la suspension de la legitimidad (weberiana) y la suspension de la hegemonia (gramsciana). Para mi esto es enteramente consistente con la postulacion de una democracia posthegemonica como la indicacion tanto de la necesidad de “destruccion” del Estado moderno como de una nueva potencial invencion de forma-Estado. Y la bomba: el proyecto socialista de Marx (léase comunista) supone un intento conservador de salvar la modernidad de lo moderno resolviendo sus contradicciones internas: “de las dos vías por las que puede cumplirse la finitud histórica, la ‘socialista’ es precisamente aquella que no es la ‘destrucción’ abstracta de la sociedad moderna, sino la asunción del patrimonio histórico que ella representa.”
Valero: Tal como yo lo veo lo que en ese párrafo Marzoa denomina “infinidad de microoperaciones humanas contingentes” no implicaría para el mismo Marzoa una ruptura con el principio de equivalencia general, sino que es sólo aquello cuyo quedar atrás es condición de posibilidad de que aparezca la estructura de la equivalencia general (ciencia moderna-sociedad civil). En efecto se refiere al trabajo real que no entra en el espacio de lo civil sino en la medida en que puede ser considerado trabajo abstracto, esto es, en la medida en que entra en relaciones de equivalencia. Así, en Marzoa esto define únicamente el límite que constituye la especificidad histórica de la sociedad moderna. Por otra parte si lo que la infrapolítica propone es un regreso a aquellas microoperaciones humanas contingentes, entonces estaría hablando de regresar a estructuras jerárquicas definidas naturalmente, cuando es justamente ese efecto de naturalización algo a lo cual la infrapolítica habría que oponerse.
Moreiras: Verdad que Martínez Marzoa no habla de infrapolítica ni nunca se le ocurrió hacerlo. Por eso yo digo que esas frases, es decir, ese punto preciso en su discusión, “introducen la posibilidad de,” si uno quiere pensar a partir de Marzoa, más que lo que dice Marzoa. Las microoperaciones humanas contingentes e infinitas no se llevarían a su término ni consumación incluso en el caso de una exitosa dictadura del proletariado que radicalizaría las posibilidades democráticas de la igualdad. Marzoa no habla de esto, sólo insiste en que, según él, Marx no autoriza ninguna especulación al respecto en términos de una sociedad futura. Para mí no es necesario hablar de regreso alguno, como si las microoperaciones humanas contingentes e infinitas sólo pudieran pertenecer a la “sociedad moderna” o a su figura. La “naturalización” está más bien del lado de pensar que la sociedad burguesa, en su giro revolucionario, pueda agotarlas. En el límite podría pensarse–esto lo dice Marzoa, para decir a continuación que él prefiere abstenerse de pensarlo–que la consumación revolucionaria de la república democrática como dictadura del proletariado sería la integración a la totalidad planificadora de todas esas “microoperaciones contingentes,” que en el capitalismo no encuentran funcionalidad sistémica y deben quedar desechadas o condenadas a su ruina. El socialismo sería en ese sentido “conservación revolucionaria” del sentido de la modernidad. Pero Marzoa comenta también que, una vez haya triunfado el socialismo, parece abrirse otra dimensión, el “comunismo” propiamente dicho, sobre el que Marx fue no sólo abiertamente vago sino también confuso. En fin, lo que queda es que el comunismo sería un cambio ontológico necesariamente, el comienzo posible de otra figura histórica de la que por lo tanto, al no tener su idea, no podemos hablar. Pero aquí se cuela, pienso yo, una filosofía de la historia encubierta en cuanto denegada, y es esa, la de Marx, la que está buscando reducir Marzoa. Infrapolítica se cuela por el agujero de sostener que las microoperaciones contingentes en cuanto tales, es decir, no en cuanto a su forma concreta sino en cuanto a su irreducibilidad a sistema, son el lugar en el que reside la posibilidad misma de enunciar la finitud radical de la sociedad moderna como figura, pero no en cuanto finitud diacrónica, sino en cuanto finitud sincrónica. Es decir, que son irreducibles también a la dictadura del proletariado, que son por lo tanto la reserva de la diferencia ontológica.
Valero: Mi intención era señalar que esa expresión apunta de algún modo a trabajo real que es lo que aparece ausente cuando el trabajo es social (y al cuál no se retorna por ejemplo en un tránsito revolucionario en la medida en que la revolución es un elemento más en el espacio de lo civil y no algo que lo supere) Eso conduce al “imperativo de la transparencia comunicacional” y que establecería las condiciones de la producción moderna. Entonces la cuestión para mí es cómo pensar la forma república (que para mí no es lo que Negri denomina forma estado) como conjuntos de operaciones contingentes cuando justamente en el momento de su génesis ideal está asociada a la planificación de la producción, es decir, a la socialización del trabajo.
Moreiras: Claro, exacto. Desde esta operación crítica de Marzoa el neocomunismo se desvanece como operación metafísica, es decir, queda marcado como operación consumadamente onto-teológica. Por eso esa forma-república no puede pensarse como realización positiva de un intelecto general!! Para mí pensarla, y por lo mismo criticar lo propuesto por Negri, etc., es el contenido específico, político, de la noción de posthegemonía.
Valero: La cuestión además es que la contrapartida de la ciencia moderna es, antes que el Estado Moderno, el espacio civil. Así, Estado o revolución no son superaciones del espacio civil (en el sentido de que el primero la integre y el segundo la destruya) sino movimientos diacrónicos dentro de una misma estructura que es lo civil. La forma-república excede y a la vez explica los intentos de establecer garantías en un espacio de equivalencia general que es lo civil. Así surgen aparatos de gestión de la fuerza como el Estado (y específicamente en su sentido moderno) La cuestión es que no da igual un estado que otro (aunque todos sean posibilidades de una estructura) porque no todos son capaces de ofrecer los mismos sistemas de garantías (por ejemplo hay estados que en nombre de unos derechos suspenden otros tantos) a la vez que ningún Estado satura la forma república (y los que lo hacen terminan en catástrofe) porque esta es una cuestión de iure y el estado es una cuestión de facto.
Moreiras: Cierto, pero, en la explicación de Marzoa, la dictadura del proletariado zanjaría, idealmente, esos desfases del Estado moderno consigo mismo. Creo que ahí estamos muy cerca de la noción de doble registro en el Espectros de Marx de Derrida. Lo cual nos lleva a preguntar si una forma-república trans-figurada, que es lo que tendría que pensar o concebir el segundo registro (aquí hay una fuerte diferencia entre Marzoa y Derrida) todavía podría contemplar conceptos como el de sociedad civil o incluso ciudadanía. Se me ocurre que aquí la idea de plasma, de Bruno Latour, que es parte de su crítica de lo social, podría ser interesante.