Me interesa no tanto la posibilidad de una literatura democrática sino la relación entre literatura y democracia—entendiendo literatura como aquello que excede la filosofía, y la democracia como aquello que excede la política.
En la sección de la Crítica del juicio titulada “Comentario general sobre los juicios estéticos reflexivos” Kant dice: “Quizás el pasaje más sublime de la ley judía sea el mandamiento: No grabarás imágenes ni semejanza de cosa alguna en el cielo o en la tierra o bajo la tierra, etc. Este solo mandamiento puede explicar el entusiasmo que el pueblo judío en su era civilizada sintió por su religión cuando se comparaba con otros pueblos, o puede explicar el orgullo que inspira el Islam. Lo mismo es verdad para nuestra presentación de la ley moral, y para nuestra predisposición a la moralidad. Es ciertamente un error preocuparse de que privar a esta presentación de lo que pudiera encomendarla a los sentidos pudiera resultar en su llevar consigo no más que una aprobación fría y sin vida sin fuerza moviente o emoción alguna. Es exactamente al revés. Pues una vez los sentidos dejan de ver algo más allá de sí mismos, mientras permanece la idea inconfundible e indelible de moralidad, sería más necesario temperar el impulso de una imaginación desencadenada para impedirle demasiado entusiasmo que buscar apoyar estas ideas con imágenes y artilugios infantiles por temor de que se hicieran ineficaces de otra forma.” Levinas se hace eco de esta formulación kantiana, en la que una ceguera ante imágenes queda alabada como esencial a la moralidad, en Difficile liberté cuando dice: “El judaísmo ha desencantado el mundo, descartando la noción de que las religiones aparentemente se desarrollaron desde el entusiasmo y lo Sagrado. El judaísmo permanece ajeno a cualquier ofensivo retorno de estas formas de elevación humana. Las denuncia como la esencia de la idolatría.” Pero si tanto Kant como Levinas condenan la noción misma de habitamiento idólatra en nombre de un estricto respeto por la moralidad, lo hacen porque están hablando de moralidad, no de literatura, y ni siquiera de democracia. El hechizo de la imagen permanece primario para la literatura, y es hechizo desde el momento en el que la literatura sabe bien que no hay visión de imagen, que la visión solo puede buscar una imagen, que la búsqueda sobrefluye a la imagen. Esto es lo que hace a la literatura infrapolítica en el sentido de la doble suspensión de lo ético y de lo político. Es suspensión doble del juicio, o hechizo del juicio. El hechizo del juicio rompe la contención teológico-política de la política y la abre hacia la democracia como habitamiento idólatra.
Una frase enigmática de las páginas finales de La metafísica de la moral, también de Kant: “El ser humano es un ser orientado a la sociedad (aunque tambien es un ser insociable), y al cultivar el estado social siente fuertemente la necesidad de revelarse a otros (incluso sin propósito ulterior).” Esta necesidad de revelación anti-moralista, de auto-exposición sin cálculo, no es ética todavía, y no tiene nada que ver con la política. Es otra cosa y apunta hacia una región de la razón práctica que apenas puede ser capturada por la división consabida entre ética y política. ¿Es una necesidad retórica? Condiciona toda retórica. Desde el abismo incalculable de esa necesidad puede darse algo como una posición infrapolítica, que es en sí misma ni ética ni propiamente política, pero que aborrece la traición moralista.
La necesidad que Kant detecta de una auto-exposición sin propósito ulterior parece exceder cualquier mandato de sociabilidad insociable. Parece incluso llevarnos hacia una región de investigación alternativa: un lugar de exceso, un más allá. Dentro de la totalidad de lo social, está esta necesidad que no queda justificada por lo social, aunque necesite de lo social o se base en lo social en cuanto a su manifestación. ¿Qué es esta revelación de uno mismo a otros sin propósito? Este exceso más allá de la justificación, de la justicia incluso, no parece el lugar de un derecho democrático. Apunta a lo infamiliar, hacia la radicalidad de un afuera que no será domesticada dentro de la democracia misma. Recuerda a los versos pronunciados por el Coro en la Antígona de Sófocles, donde lo humano es descrito como pantoporos aporos, donde el lugar de lo político es descrito como hipsipolis apolis, y recuerda también, por otra parte, a la interpretación heideggeriana domesticante de esos versos en El himno de Hölderlin ´El Ister´. Este es el mismo libro en el que Heidegger declara que la poesía de Hölderlin está fuera de la metafísica (“esta poesía debe hallarse enteramente fuera de la metafísica y así fuera de la región esencial del arte occidental”) en la medida en que, en ella, se efectua un pensamiento decisivo de la historicidad como venir-a-casa. “Llegar a estar en casa es así un pasaje por lo extranjero. Y si el devenir en casa de una humanidad particular sostiene la historicidad de su historia, entonces la ley del encuentro (Auseinandersetzung) entre lo extranjero y lo propio es la verdad fundamental de la historia, una verdad desde la que la esencia de la historia debe desvelarse.” Quiero asociar la auto-exposición kantiana sin cálculo a este pasaje por lo extraño, mediante la Auseinandersetzung (una palabra traducible como deconstrucción) del otro y de todo otro como verdad de la historia. Mi pregunta es si este exceso de la subjetividad hacia un afuera de la subjetividad—un exceso que la literatura, más allá de Hölderlin, puede expresar—abre en primer lugar la posibilidad de democracia—de democracia impolítica o infrapolítica. Incluso más allá de la mistificación heideggeriana que quiere pretender que el pasaje por lo extranjero asegura un retorno, en lugar de afirmar la radicalidad de la intemperie que abre. La intemperie no es casa.
Al seguir la lógica del texto y sus asociaciones, me surgen algnuas preguntas. La primera y más general es si es posible escribir literatura sin responder a una ética (in)determinada, inconsciente incluso, aun cuando el propio autor no puede definirla o no sea del todo consciente de ella, aun cuando no sea una obra de tesis. Los autores suelen desentenderse de lo que dicen sus personajes para que no los juzguen por las palabras de esos mismos personajes que parecen actuar a veces fuera de toda ética. Me pregunto si tras esa negación no hay precisamente el acatamiento de una determinada ética o el miedo a negarla. El ejemplo contrario sería el de Flaubert al decir que él era Madame Bovary, y en esta afirmación creo ver una declaración de principios, una oposición a otra éticas. Pero tanto la distancia de unos como la asunción directa de los parlamentos de ciertos personajes en otros autores me conducen a la existencia de un código ético, de principios. Me pregunto entonces si la literatura y la infrapolítica pueden desentenderse de la ética.
¿Y si existiera una ética natural a la que no podemos escapar fácilemente sin ciertas consecuencias? Hemos dicho que la infrapolítica persigue hacer el mundo habitable, ¿no es necesario para ello una serie de principios que nos hagan determinar qué hace más habitable el mundo? Y no me refiero a leyes específicamente, ni a un gobierno o política o moralismos. No al menos como estamos adaptados a percibirlos. Me pregunto nuevamente si no existe una ética natural que converge con ese propósito infrapolítico de lo habitable. ¿No será que la infrapolítica niega y se desentiende de una ética artificial, no orgánica, impuesta por otras instancias y persigue razonar, intuir, descubrir una ética natural que permita el bienestar humano?¿No estaría esa ética natural en el ámbito de lo inefable, pero a la vez necesario, una ética que podría perderse al ser enunciada, pero a su vez definitoria? Quizá el nombre de ‘ética natural’, improvisado mientras escribo estas líneas, no sea el idóneo, pero me pregunto entonces cómo llamar al actuar infrapolítico para poder diferenciar de nosotros al asesino o al psicópata o a cualquier desorden que impida una saludable relación con el entorno.
¿Necesitamos pensar los límites de la infrapolítica teniendo en cuenta algún principio ético o eso es algo que le concierne solo a la política y a la religión? ¿Lo dejaremos sólo en las manos de la política y la religión cuando históricamente esas éticas construidas han terminado yendo más de una vez contra el propio ser humano? Lejos de lo que Derrida señala como ‘sofronisterion’, ese lugar de de corrección construido desde el poder (que va desde las cárceles comunes hasta los campos de concentración) me refiero a una ‘sophrosyne’ no institucional, subjetiva y hasta intuitiva, por lo tanto, hablo de una ‘sophrosyne’ mayéutica.
Escribo todas estas cosas sin tener nada claro, sin dar nada por seguro, al contrario: dudando de cada línea.
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Yoandy, creo que ayer en el seminario hablamos de estos temas, que también han sido discutidos en otros momentos de este blog, así que me limito aquí a apuntar que es dudoso que podamos asumir una “ética natural” o “actuación basada en principios” desde postulados infrapolíticos, que buscan asumir la ruina (es decir, la condición ideológica ya caída) de todo pensamiento principial y por lo tanto también de toda afirmación onto-teológica de una “naturaleza” como fundamento de verdad. Sin duda es necesario, porque vivimos con otros, tener constantemente actuaciones éticas y políticas, no podemos eludirlas–el que lo intentó más radicalmente, el escribano Bartleby, quiso sustraerse a ambas cosas, con consecuencias catastróficas. Pero son actuaciones éticas y políticas para las que no hay, infrapolíticamente hablando, fundamento fáctico alguno–en otras palabras, la infrapolítica es en todo caso, si es que es, si la palabra “es” puede servir aquí, la región de la apertura no-ética de lo ético y la apertura no-política de lo político. Cualquiera puede hacerse, si quiere, con una serie de normas de conducta en un sentido u otro, pero esas construcciones serían ya ético-políticas, no infrapolíticas.
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