Gracias, Gerardo, magnífica nota, y gracias, Antonio, por copiarnos esos fragmentos de Gadamer. Creo que es quizás el momento de plantearse el enigma que supone el relativamente reciente texto de Agamben sobre la dimisión del Papa Benedicto. Igual que Schmitt y Althusser y Galli, Agamben constata el fin de toda legitimidad en las categorías de la política contemporánea, que es donde empieza su nota Gerardo en torno a Maquiavelo (también Maquiavelo habría dicho que “todo poder es necesariamente ilegítimo”). Gadamer supone que el irónico Schmitt pudo denunciar la carencia última de legitimidad de lo político a favor de una filosofía de la historia católica, que sin embargo nunca propuso afirmativamente (solo como genealogía denegada en el origen de la política moderna). Lo que hace Agamben es, a propósito del Papa Benedicto, restituir la filosofía católica de la historia. Que, obviamente, sería la única forma en la que Agamben puede pensar se podría combatir el nihilismo a tumba abierta de la ilegitimidad presente. La evolución de Althusser es más complicada, pues en él lo que está en juego es casi el procedimiento opuesto: él empieza por el abrazo dogmáticamente férreo a una filosofía de la historia, coincidente no ya con la tradición católica, pero tampoco con el marxismo originario, sino más bien con la escatología del Partido cuya filiación es clásicamente estalinista, para ir “subterráneamente” abjurando de ella hasta el punto de hacer de su obra una obra a leer sintomalmente, pues no puede hacerse coherente en lo relativo a principios. Entonces, la destrucción de la política en Althusser no se hace a partir de una alusión, implícita (Schmitt) o explícita (Agamben), a una filosofía de la historia de carácter religioso (con respecto de la cual el marxismo althusseriano sería una clásica secularización), sino que se hace ya como invivibilidad de la filosofía de la historia, como insoportabilidad de toda filosofía de la historia. Esa insoportabilidad arroja de sí un aroma de locura, como sabemos. Lo que queda es una destrucción conceptual abierta y un camino sin trayecto–el materialismo aleatorio obviamente no hace sino anunciar ese camino abierto pero no seguido, quizá no seguible. Cuando nosotros decimos que hoy la política debe pensarse infrapolíticamente o correr el riesgo de no poder pensarse nos referimos a esa constelación de problemas o situaciones. Pero también proponemos, implícitamente, que la reflexión infrapolítica ni apunta a la reconstitución fantasmática o irónica de filosofía alguna de la historia, ni apunta a la locura del eautontimoroumenos, la incoherencia que solo puede rescatarse de sí misma sintomalmente. Busca otra cosa.
Gracias, Alberto. A propósito del texto de Agamben, sería interesante confrontar su dicotomía dramática entre lo económico y lo escatológico de la Iglesia con la especial relación, no sé si dialéctica, entre visibilidad e invisibilidad de la Iglesia que defiende Schmitt, en un texto temprano en absoluto irónico. La ceremoniosa escenificación de la desaparición de Ratzinger tras las puertas y sus espectrales apariciones me evocan esa frase schmittiana de que “la verdadera visibilidad de la Iglesia es algo invisible”.
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Gracias por el comentario, Alberto. Justo por eso quería lanzar el problema de la legitimidad/ilegitimidad, no solo porque esta de fondo en la noción misma de “comienzo” (central para Althusser en la medida en que escapaba, como leíamos en la glosa que nos compartio Lopera, el problema del “origen” como pregunta imposible), sino porque desde Madrid ha surgido el problema de la legitimidad que tiene todo que ver con el problema del nihilismo. Me parece contradictoria la defensa espectral de la filosofia de la historia de cierto pensamiento de la Iglesia (no de todo el pensamiento, sino de la tradicion de Ticonio que el repasa en el ensayo), cuando la apuesta critica de Agamben en otras partes no se encarna como la articulacion de un logica historica, sino como puro substrato existencial anomico que tiene como forma-de-vida, y que si bien no es homologable a lo que buscamos pensar aquí como infrapolitca, si me parece que debe ser pensando. Incluso como contrapunto de una contradicción interna en la propia obra de GA. También hay un texto muy temprano de Althusser – de 1947 – que ya intenta alejarse de toda discusión de la legitimidad como condición de la filosofía de la historia y el mesianismo, y que aparece desarrollada en el mas reciente libro de Warren Montag sobre Althusser. Pero, continuare este dialogo con otra entrada proxima sobre una lectura de Agamben sobre el Leviatan que acaban de publicar en una edición alemana, y con una nota sobre ese libro de Montag sobre Althusser que tiene muchos puntos de contactos con el de Ipola que comentábamos. Y gracias también a Antonio por fragmento sobre Gadamer sobre Schmitt que no conocía.
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Quisiera comentar una de las últimas frases en el comentario de Alberto arriba: “ni apunta a la locura del eautontimoroumenos, la incoherencia que solo puede rescatarse de sí misma sintomalmente.” Para mí señala una de las cosas más importantes de _Machiavelli y nosotros_. En esta lectura lo que me interesó, aparte de otras cosas, fue como trata de resolver Althusser/Machiavelli la relación entre la energía caótica que necesita cualquier revolución–y que presenta la gente, el pueblo etc después de la revolución–, con el poder que ejerce el príncipe, el virtú del poder político (el cual no es “virtuoso” sino, muchas veces, lo contrario). A la misma vez que quiere postular una manera de organizar cierto grupo de gente y el poder caótico que presenta, también quiere mantener la potencial de cambio, de revolución que representa la fuerza caótica de esa misma gente. Parece que lo que hace (no sé si es Althusser o Machiavelli) es una movida hegeliana al crear una unidad formada por la inclusión de contradicciones para así mantener viva la posibilidad de cambio o, tal vez, revolución si no ruptura (un cambio radicalmente transformador e impredecible). Así postula un rescate de la “incoherencia… sintomalmente”. Es decir vuelve de la incoherencia, del caos, siempre manteniendo una relación con lo sintomático; el elemento que inspira la ruptura o la destrucción de todo sistema o fuerza organizadora. impredecible
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